El proceso comienza cuando los fragmentos de un jarrón griego destrozado llegan al laboratorio. En lugar de manipular físicamente las delicadas piezas de cerámica, cada una es escaneada de forma individual utilizando escáneres 3D de alta precisión como el NextEngine o el Artec Space Spider. Estos dispositivos capturan la geometría y la textura superficial de cada esquirlas, generando una nube de puntos o una malla poligonal tridimensional que servirá como su gemelo digital. Este primer paso es crucial, ya que la calidad del modelo 3D inicial determinará en gran medida el éxito de las fases posteriores del ensamblaje virtual.


Procesado y preparación de los modelos digitales

Una vez obtenidos los escaneos, los datos brutos pasan por una etapa de limpieza y optimización en software especializado como PolyWorks o MeshLab. Aquí se eliminan artefactos, se suavizan superficies y se reducen polígonos innecesarios sin perder el detalle crítico de los bordes de fractura. El objetivo es preparar mallas limpias y manejables donde la geometría de la rotura sea perfectamente discernible. Esta preparación es esencial para que los algoritmos de registro, que son el corazón del proceso, puedan comparar y alinear las piezas con la máxima eficacia, buscando las coincidencias geométricas entre los millones de caras poligonales.

El algoritmo y el ensamblaje virtual definitivo

La fase central del pipeline recae en un software a medida que implementa algoritmos de registro de mallas, como el Iterative Closest Point (ICP). Este programa prueba sistemáticamente millones de combinaciones y orientaciones entre los fragmentos digitales, evaluando la continuidad de las superficies y la coincidencia de los bordes rotos. El algoritmo itera, ajusta y encaja las piezas virtuales hasta encontrar la configuración global más probable del jarrón original. El resultado es un modelo 3D completo y reensamblado que los arqueólogos pueden estudiar, medir y visualizar desde cualquier ángulo, permitiendo planificar con absoluta precisión la restauración física o, simplemente, preservar digitalmente el artefacto en su forma íntegra para la posteridad.

La ironía del proceso reside en que, para reconstruir un objeto de miles de años de antigüedad hecho de barro cocido, necesitamos una de las tecnologías más modernas y una potencia de cálculo que haría palidecer a los propios artesanos griegos, quienes seguramente nunca imaginaron que sus jarrones acabarían siendo reparados por máquinas que piensan en polígonos.