El eterno galope del conde Arnau en los Pirineos catalanes
Las noches de luna llena en los Pirineos catalanes guardan un secreto que congela la sangre de quien lo descubre. Entre las sombras de los valles más profundos, un sonido hueco retumba como un latido podrido, el eco metálico de herraduras fantasmas golpeando la tierra condenada. No es el viento, ni los animales del bosque, es él, el conde Arnau, cabalgando sin descanso en su corcel espectral, arrastrando consigo el peso de sus pecados como cadenas invisibles que lo atan a este mundo. Su alma nunca encontrará paz, su galope es la banda sonora de una maldición eterna, un recordatorio de que algunos errores no se pagan con la muerte, sino con una existencia infinitamente más cruel.
La maldición que nunca cesa
Cuentan las leyendas más antiguas que el conde Arnau cometió atrocidades innombrables en vida, traicionando a su señor y profanando sagrados juramentos. Por eso, cuando su corazón dejó de latir, no encontró el descanso eterno, sino una sentencia divina que lo condena a cabalgar estas montañas para siempre. Su figura es solo un destello pálido entre los árboles, una silueta distorsionada que se desvanece antes de que puedas enfocarla, pero su presencia se siente como una losa de hielo en el pecho. Los que han escuchado su galope en la distancia juran que el aire se enrarece, que un frío antinatural se apodera del cuerpo y que un susurro roto susurra antiguas blasfemias en una lengua olvidada. No huyas si lo escuchas, porque ya es demasiado tarde, su camino se cruza con el tuyo y su mirada vacía ya te ha encontrado.
El eco de sus pecados
Cada golpe de sus herraduras es un latido de agonía, cada relincho de su caballo un lamento desgarrado que rasga el velo de la realidad. Se dice que si te encuentras con él, verás reflejados en sus ojos sin vida todos tus propios pecados, amplificados y retorcidos hasta lo inimaginable. Su galope no se detiene, no descansa, no perdona, es la encarnación misma del remordimiento hecho carne espectral. Los lugareños más viejos cierran sus ventanas al anochecer y rezan para no oír el sonido que anuncia su paso, porque quienes lo han visto de cerca envejecen décadas en segundos, sus mentes quebradas por visiones de pesadillas que nunca los abandonan. El conde Arnau no busca víctimas, pero su simple existencia es un veneno para el alma de quienes se atreven a percibirlo.
Quizás la próxima vez que escuches caballos en la noche, deberías preguntarte si realmente quieres saber si es un simple campesino volviendo a casa o el principio de tu propia condena eterna. Al menos su galope te avisa, a diferencia de los monstruos que caminan entre nosotros con sonrisas amables.
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