Las Lavandeiras | Espíritus femeninos que lavan en la oscuridad
Cuando la luna se oculta tras los robledales del norte de España, el rumor del agua se mezcla con un sonido que no debería existir. Junto a ríos y fuentes donde la niebla se aferra como un sudario, figuras pálidas se inclinan sobre las aguas negras. Sus manos huesudas golpean ropas que nunca se limpian, moviéndose con una cadencia hipnótica que atrae a los viajeros desprevenidos. Quienes se acercan escuchan su canto susurrante, una melodía ancestral que promete pureza pero solo entrega pesadillas. El aire se enfría varios grados a su alrededor y las hojas dejan de moverse, como si la naturaleza misma contuviera la respiración ante su presencia profana.
El lavado que mancha el alma
No busques su compañía aunque te llamen con voces que recuerdan a tu madre difunta. Las Lavandeiras no lavan prendas terrenales, sino los pecados de quienes se atreven a interrumpir su ritual eterno. Si una te ofrece ayudar con tu ropa, sabrás que estás condenado cuando veas que el agua que escurre de las prendas es espesa y oscura como sangre vieja. Dicen que cada golpe que dan contra las piedras del río no limpia, sino que transfiere tus culpas a tu ser, dejando una mancha espiritual que nunca podrás eliminar. Las almas que caen en su trampa terminan uniéndose a su procesión fantasmal, condenadas a lavar por la eternidad en aguas que nunca fluyen limpias.
La maldición de la ropa tendida
En los pueblos cercanos a sus dominios acuáticos, nadie tiende ropa después del ocaso. Quien desobedece esta regla no escrita amanece con sus prendas convertidas en harapos empapados de un lodo frío que huele a tumba reabierta. Pero eso es lo menos terrible. Los que sobreviven a este aviso cuentan cómo, durante la noche, escucharon pasos furtivos alrededor de su casa y vieron sombras alargadas que se mecían al compás de un lavado imaginario. Las Lavandeiras reclaman lo que consideran suyo, y la ropa tendida después del crepúsculo es una invitación que nunca rechazan. Algunos ancianos murmuran que no se llevan las prendas, sino que las impregnan con esencias de otros planos, haciendo que quienes las visten empiecen a lavar compulsivamente hasta que sus manos sangran y su mente se desvanece en el mismo canto hipnótico de los espíritus.
La próxima vez que laves tu ropa en el río, observa si el agua que fluye corriente abajo lleva consigo susurros que repiten tu nombre. Y si ves a una mujer de espalda inclinada sobre las piedras, corre antes de que te ofrezca ayudarte con esa mancha persistente en tu camisa, la que tiene exactamente la forma de una mano pálida y huesuda.
|Agradecer cuando alguien te ayuda es de ser agradecido|