Buen relato de filosofía-ficción, me ha gustado y me ha recordado vagamente a la última pregunta de Asimov. Hay dos cosas que comentar a lo que preguntabas más atrás. La primera, lo de que a la subunidad que controla al cerebro la controlamos en última instancia nosotros. Es justo al contrario, nosotros (en el más puro concepto de autoconciencia) estamos completamente a merced de esas subunidades, que funcionan a golpe de desequilibrios y equilibrios de sustancias químicas. O dicho de otra manera, echad la vista atrás a vuestra adolescencia y examinad vuestra conciencia. Apostaría a que había variaciones brutales en el estado de ánimo o en la forma de ver el mundo.
La oxitocina, las endorfinas, la adrenalina, hay un buen puñado de hormonas que cambian nuestras perspectivas sin que (irónicamente para la postura que defiende aprendiz) seamos conscientes.
En definitiva, que quizá no seas capaz de ver en abstracto el poder real del comportamiento emergente, pero eso no significa que no sea el motivo y que otras explicaciones más metafísicas tengan cabida. Si quieres un ejemplo básico de hasta qué punto parece inteligente un comportamiento muy, muy primordial en grupo, te remito a que investigues la hormiga de langton, un programa informático de un píxel moviéndose en una matriz según dos reglas simples:
http://www.recinet.org/conocer/conoc...a/complej.htm
(este enlace engancha además con este tema en general)
http://en.wikipedia.org/wiki/langtons_ant.(en éste puedes ver un ejemplo de las reglas básicas que rigen el camino y los patrones que se consiguen simplemente dejando varias de ellas vagar durante un rato).
La segunda cosa que comentar, lo de la creación de vida artificial. Ya se ha conseguido sintetizar hace un tiempo:
http://www.elpais.com/articulo/socie...lpepusoc_9/tes.
Cuando profundizas un poco más en la genética, ves que, al fin y al cabo, todo es un lenguaje en base 4, en el que con 4 moléculas orgánicas se escriben las palabras que informan a una estructura que compuesto tiene que producir tras leerla. Estas moléculas orgánicas son compuestos a base de carbono, hidrógeno y nitrógeno y, si ves su composición, te das cuenta de que tampoco es que sean la leche de complicado que se haya formado en un planeta en el que la mayor parte de su composición es, carbono, hidrógeno y nitrógeno. Por supuesto, la magia que destilan es que lo que se codifica con ella sí es la leche de complicado en humanos y otros animales superiores, pero obviamente no aparecimos de la nada anteayer. Hace cientos de millones de años (el problema es que está escala no le entra en la cabeza a mucha gente, pero si algún día le duele una muela, vera que largo se le puede hacer un día) que trozos más simples fueron encajando aquí y, allá por pura combinatoria y el ser resultante resulta que tenía propiedades que le hacía más resistente a su entorno que otros que no lo tenían. Y de tener al principio una información muy simple y la propiedad molecular de la facilidad de su autorreplicacción, acabó con el tiempo volviéndose una estructura con muchas propiedades extra.
Para los que creen en un desarrollo inteligente, para mí la prueba de que no ha habido una dirección consciente de todo esto es, precisamente, la ristra de problemas, errores, partes sin utilizar, replicados inútiles y demás basura que tiene cualquier código genético, por simple que sea, y que lo que sí garantiza es que ha habido un proceso larguísimo y laborios? Simo de combinaciones y más combinaciones y más combinaciones, y roturas, y choques, y fusiones, y errores de transcripción, y más combinaciones, y así de forma incesante durante millones de años en billones de seres en paralelo. Realmente comprendo que todo esto cueste ser procesado por un cerebro acostumbrado al aquí y ahora (el humano en general, me refiero), pero lo que me fastidia es que en lugar de admitir esto es fascinantemente complicado e indagar en los fundamentos que hace moverse toda la maquinaria, se opte por la vía fácil del esto lo ha hecho alguien, para así tener la ilusión de que entendemos cómo funciona sin calentarnos excesivamente la cabeza.