Los sensores más avanzados en los teléfonos, como el LIDAR, el ToF o el lector de huellas bajo la pantalla, suelen ser los primeros componentes en mostrar problemas. Su ubicación los expone directamente al polvo, a pequeños golpes y a una degradación progresiva de sus elementos ópticos. Cuando fallan, el usuario percibe que funciones clave, como desbloquear el dispositivo o usar la realidad aumentada, dejan de responder con la misma fiabilidad.


El reemplazo implica un proceso complejo y costoso

Reparar estos módulos no es una tarea sencilla. Al estar integrados de forma muy compacta bajo el cristal de la pantalla o en el conjunto de cámaras, su sustitución requiere herramientas especializadas y un alto nivel de precisión. Por este motivo, los fabricantes recomiendan acudir a su servicio técnico oficial, lo que supone un coste elevado para el usuario, a menudo comparable al valor de mercado de un teléfono de gama media.

La exposición al entorno acelera su desgaste

Aunque estos sensores están diseñados para durar, su naturaleza óptica los hace vulnerables. El polvo que se filtra por los bordes de la pantalla, los arañazos en el cristal protector o simplemente la acumulación de suciedad en la superficie pueden interferir con su funcionamiento. El sensor de huellas bajo la pantalla, por ejemplo, deja de reconocer la huella con precisión si el cristal está dañado o excesivamente sucio, forzando al usuario a usar métodos alternativos de desbloqueo.

Parece una ironía que la tecnología que promete más comodidad y seguridad sea, al mismo tiempo, la que más nos recuerda la fragilidad de estos dispositivos y la dependencia de servicios especializados para mantenerlos operativos.