El sector de la construcción explora materiales que se cultivan en lugar de fabricarse. El micelio, la red de filamentos de los hongos, actúa como aglutinante natural al mezclarse con residuos agrícolas como paja o serrín. Esta mezcla se introduce en moldes donde el organismo crece durante varios días, consolidando la materia prima en una estructura sólida. Tras este periodo, se detiene el proceso con calor para obtener el producto final. Este método genera materiales de construcción que no requieren cocción en hornos de alta energía.


El material presenta propiedades ignífugas y aislantes

Los biocompuestos de micelio destacan por su comportamiento ante el fuego. La estructura biológica carboniza en la superficie al exponerse a las llamas, lo que crea una barrera que ralentiza la combustión interna. Esta característica, sumada a su baja densidad, les confiere capacidades aislantes térmicas y acústicas. Al final de su vida útil, estos ladrillos y paneles se pueden compostar, cerrando un ciclo de producción circular y reduciendo los desechos en obra.

Su producción captura carbono y usa recursos locales

El proceso de crecimiento del micelio fija dióxido de carbono atmosférico en la biomasa, lo que contribuye a un balance de carbono negativo. Las materias primas, principalmente subproductos de otras industrias, se pueden obtener localmente, reduciendo la huella de transporte. Aunque su resistencia mecánica actual limita su uso a elementos no estructurales como tabiques o aislamiento, la investigación busca optimizar estas propiedades para ampliar sus aplicaciones en arquitectura.

Un material que literalmente echa raíces en la obra, aunque nadie quiere que le salga setas en el salón.