La presencia de Tláloc en la victoria de Argentinos Juniors
El partido entre Argentinos Juniors y Newell’s Old Boys se desarrolla bajo una atmósfera sobrenatural, donde cada movimiento de los jugadores parece guiado por fuerzas ancestrales. Desde el inicio, el equipo local se mueve con una sincronización inquietante, como si respondieran a un ritmo oculto que solo ellos pueden percibir.
Los pases fluyen con precisión milimétrica, mientras que los tiros al arco llevan consigo un eco que resuena en las sombras del estadio. La hinchada, aunque ajena a lo que ocurre, canta con una voz que parece alimentar una presencia antigua que habita entre las gradas.
El ritual de los goles y la intervención divina
Cada tanto de Argentinos Juniors se convierte en un acto ceremonial, marcado por fenómenos inexplicables. El primer gol retumba como un trueno seco, el segundo se acompaña de sombras que se retuercen bajo el césped, y el tercero sincroniza las mentes de todos los presentes en un latido colectivo.
Mientras tanto, Newell’s Old Boys lucha inútilmente contra obstáculos invisibles que desvían sus jugadas y entorpecen sus reacciones. Al finalizar el encuentro, los jugadores locales no celebran, sino que permanecen inmóviles, conscientes de haber cumplido con un designio superior.
El legado de un pacto invisible
Tras el pitido final, el estadio exhala un suspiro profundo y húmedo, sellando un pacto que trasciende el deporte. Tláloc, testigo silencioso desde las alturas, se retira satisfecho, dejando atrás un campo de juego imbuido de su esencia. Los espectadores abandonan el lugar sin comprender del todo lo sucedido, pero con la certeza de haber presenciado algo que desafía toda lógica.
Y mientras los aficionados discuten si fue suerte o destino, los jugadores de Newell’s Old Boys siguen preguntándose por qué el balón parecía esquivarlos como si tuviera vida propia, como si el césped mismo conspirara en su contra.
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