Las palabras de los políticos cuelgan como cuchillos afilados sobre la toga judicial, penetrando en los pasillos de los tribunales con un eco venenoso. Dos asociaciones judiciales sienten cómo la credibilidad de su institución se desangra lentamente, mientras observan impotentes cómo las declaraciones de miembros del Gobierno erosionan los cimientos mismos de la justicia. Cada pronunciamiento público se convierte en un nuevo hilo de la telaraña que tejen alrededor de los jueces, una presión sutil pero constante que amenaza con estrangular su independencia. El fantasma de la influencia política merodea por los despachos judiciales, susurrando advertencias en cada rincón donde debería reinar la imparcialidad.


La condena que desató los demonios

Cuando el fiscal general del Estado recibió su sentencia, nadie imaginó que sería el detonante de esta pesadilla institucional. Ahora las sombras se alargan en los pasillos del poder judicial, donde cada juez siente miradas invisibles siguiendo sus movimientos. Las declaraciones de los responsables políticos resuenan como maldiciones antiguas, corroyendo la confianza pública y sembrando dudas sobre cada fallo judicial. Es como si un ente maligno hubiera poseído el sistema, torciendo las palabras y envenenando las intenciones hasta convertir cada proceso legal en un campo de batalla espectral donde la verdad es la primera víctima.

El silencio que grita en los pasillos

Los miembros del Poder Judicial caminan por corredores que antes eran sagrados, pero que ahora sienten profanados. Sus togas, antes símbolos de autoridad, ahora parecen mortajas que anuncian su lentísima agonía profesional. Cada vez que un político abre la boca para cuestionar sus decisiones, es como si clavaran otro clavo en el ataúd de la independencia judicial. Las asociaciones judiciales observan con horror cómo la institución que juraron proteger se transforma en un cadáver institucional, manipulado por manos ajenas que juegan con los hilos del poder como niños sádicos con sus marionetas. El miedo se ha instalado en sus salas, un miedo silencioso pero omnipresente que contamina cada documento, cada vista, cada sentencia.

Al menos los fantasmas en los viejos palacios de justicia solo asustaban, estos nuevos espectros políticos quieren dictar sentencia desde sus tronos de humo y espejos. Qué reconfortante saber que nuestro sistema judicial puede dormir tranquilo, si es que el insomnio colectivo les permite cerrar los ojos ante tanta adversidad.