Los pasillos de la Facultad de Derecho de Córdoba respiran con un ritmo ajeno a los vivos cuando cae la noche. Entre las estanterías de la biblioteca, una presencia invisible hojea lentamente los volúmenes jurídicos, sus dedos fantasmas deslizándose sobre páginas que nadie debería estar tocando a esas horas. Los vigilantes juran haber escuchado suspiros que se arrastran desde las zonas más oscuras, acompañados por el crujido de madera antigua que parece gemir bajo un peso que no existe. Quienes se aventuran a quedarse después del anochecer describen una opresión en el pecho, como si alguien observara cada movimiento desde las sombras, midiendo cada respiración con paciencia mortal.


El estudiante que nunca se fue

En los años setenta, un alumno de cuarto año decidió que los pesados tomos de jurisprudencia serían su último refugio. Desde entonces, su espíritu deambula por los mismos pasillos donde alguna vez corrió hacia sus clases, ahora convertidos en su prisión eterna. Testigos afirman haber visto su silueta demacrada reflejada en los ventanales del tercer piso, siempre con la cabeza gacha y las manos temblorosas. Lo más aterrador no es su apariencia, sino la desesperación que impregna el aire a su alrededor, una angustia tan palpable que varios estudiantes han abandonado sus estudios después de sentirla, incapaces de soportar el eco de su desesperación final.

Las páginas que se volteen solas

En la sección de derecho penal, específicamente en el pasillo donde ocurrió el trágico suceso, los bibliotecarios encuentran regularmente libros abiertos en páginas sobre suicidio y penas capitales, aunque juran haberlos dejado perfectamente ordenados. Las cámaras de seguridad capturan movimientos de sombras que coinciden con estos eventos, pero nunca muestran a nadie físico manipulando los textos. Algunos investigadores paranormales sugieren que el fantasma busca respuestas que nunca encontró en vida, condenado a repetir su búsqueda en una biblioteca que se convirtió tanto en su tumba como en su purgatorio. Los que han intentado comunicarse con él reportan un frío que se les instala en los huesos y voces susurrantes que hablan de deudas que nunca podrán pagarse.

Quizás el verdadero terror no es que un fantasma habite la facultad, sino que después de escuchar sus susurros entre las estanterías, uno comienza a preguntarse si todos estamos condenados a repetir nuestros errores más trágicos, atrapados entre páginas que nunca podremos cerrar.