Las sombras del Barrio de Santa Cruz se arrastran con un susurro viscoso que se pega a las paredes encaladas. Cuando la luna se oculta tras los naranjos, una silueta diminuta y pálida emerge del silencio, vestida de un blanco fantasmal que parece absorber la poca luz que se filtra entre los callejones. Su presencia no anuncia consuelo sino una inquietud que se propaga como una mancha de humedad fría en la espalda. Los que la han visto coinciden en un detalle espeluznante: sus ojos vacíos reflejan calles que ya no existen, y su voz, un eco de ultratumba, solo repite una misma petición desesperada que congela la sangre.


El eco de una presencia que no debería estar ahí

Nadie recuerda su nombre, solo la sensación de angustia que deja a su paso. Aparece siempre en los rincones más estrechos, donde las paredes parecen cerrarse sobre quienes osan transitar de noche. Su figura, etérea y ligera, flota más que camina, y su ropa blanca nunca se mancha con el polvo ni la humedad de los muros centenarios. Los testigos describen un frío repentino que se apodera del ambiente, seguido por un susurro rasgado que parece surgir de las propias piedras. Ella extiende una mano translúcida, pero ningún ser vivo se atreve a tomarla, pues intuyen que hacerlo significaría perderse para siempre en el mismo laberinto sin salida que ella habita.

La búsqueda interminable y su precio

Algunos valientes, movidos por una compasión mal entendida, han intentado ayudarla a encontrar su hogar. Esos mismos ahora deambulan por el barrio con la mirada perdida, murmurando sobre puertas que no llevan a ninguna parte y escaleras que se multiplican en la oscuridad. La niña no busca una dirección física, sino un portal hacia el olvido, y cada alma que intenta auxiliarla se convierte en otra pieza de su eterno juego macabro. Las autoridades atribuyen las desapariciones a robos o accidentes, pero los que conocen la verdad saben que el Callejón del Agua guarda un secreto que devora a los vivos lentamente, convirtiéndolos en ecos de su propia pesadilla.

Quizás la próxima vez que sientas un tirón suave en tu abrigo en la oscuridad, deberías correr en lugar de voltear, porque esa carita pálida podría estar más cerca de lo que imaginas, y su idea de jugar a las escondidas es mucho más permanente de lo que cualquiera estaría dispuesto a aceptar.