Jessica Bouzas abandona la pista de tenis tras su eliminación en primera ronda del torneo de Guangzhou, pero en lugar de la habitual decepción deportiva, experimenta una transformación sobrenatural. Mientras camina por el pasillo hacia los vestuarios, el ambiente se densifica y las paredes parecen cobrar vida, mostrando reflejos distorsionados que respiran junto a ella. Este extraño silencio se rompe cuando las sombras del vestuario convergen formando la figura de Nüwa, la diosa serpiente de la mitología china, quien sin pronunciar palabra transmite un mensaje directo a la conciencia de la tenista sobre la naturaleza cíclica de las derrotas.


El pacto con la divinidad

Nüwa no aparece como una figura amenazante sino como una presencia necesaria, absorbiendo las lágrimas de Jessica antes de que toquen el suelo mientras le revela que nada termina realmente, solo se transforma. El vestuario se convierte en el escenario de una revelación cósmica cuando el suelo se quiebra mostrando un río infinito de derrotas humanas que la diosa moldea con sus manos. En este momento de catarsis, Jessica comprende que su eliminación no es un final sino el comienzo de una conexión más profunda con fuerzas ancestrales que ahora habitan en su propio cuerpo.

La nueva realidad de la tenista

Cuando el vestuario recupera su normalidad, Jessica sale con una determinación renovada pero cargando una presencia interior que se manifiesta en sus múltiples sombras que se mueven con autonomía. La derrota deportiva se ha transmutado en un pacto espiritual donde Nüwa ha reclamado parte de su esencia, dejando una huella permanente tanto en la jugadora como en el propio torneo de Guangzhou, cuyas instalaciones nunca volverán a oscurecerse completamente por las noches, manteniendo siempre una tenue luz que parece vigilar los espacios vacíos.

Quizás deberíamos preguntarnos si todas las raquetas necesitan un ajuste divino o si algunas derrotas merecen quedarse en la cancha sin intervención mitológica.