La retroiluminación WLED que usan la mayoría de monitores modernos genera calor y emite luz ultravioleta. Esta exposición constante afecta a la capa de difusión plástica que se sitúa detrás del panel LCD. Este componente, crucial para repartir la luz de manera uniforme, sufre un proceso de degradación química. El material plástico se altera, pierde sus propiedades ópticas originales y comienza a amarillear. En casos más severos, el estrés térmico puede provocar que aparezcan pequeñas grietas o microfisuras en su estructura.


Las consecuencias visibles en la imagen

Este deterioro se traduce en problemas perceptibles durante el uso normal del monitor. Lo más común es que aparezcan manchas o zonas con un brillo desigual, especialmente en fondos de color uniforme. La pantalla pierde uniformidad y el color blanco puede mostrar dominantes amarillentas o rosadas que no se pueden eliminar. Ajustar el balance de blancos o la temperatura de color desde el menú OSD resulta inútil, ya que el defecto es físico y no electrónico. La corrección por software no puede compensar la alteración en la capa que difumina la luz.

Por qué el reemplazo es la única solución

No existe un método práctico para reparar o limpiar este difusor interno sin desmontar por completo el módulo de pantalla. Incluso si se accede a él, el material está dañado de forma permanente. La solución definitiva implica sustituir todo el conjunto de retroiluminación, lo que a menudo significa cambiar el módulo LCD completo. Este proceso requiere herramientas especializadas y un conocimiento técnico elevado, equiparable al de un servicio técnico profesional. Para el usuario final, este fallo suele marcar el fin de la vida útil del monitor, ya que el coste de la reparación se acerca al de un equipo nuevo.

Es el lado oscuro de la búsqueda de un brillo máximo y un perfil delgado: los componentes internos cocinándose a fuego lento durante miles de horas. Un recordatorio de que, a veces, la tecnología avanza dejando atrás la longevidad.