La investigación sobre la cosquillas, un fenómeno que compartimos con otros animales como los bonobos y las ratas, nos permite entender mejor cómo funciona nuestro cerebro. Este reflejo, que parece simple, es una ventana a procesos complejos como el procesar el tacto, el humor y la interacción social. Los estudios con robots que hacen cosquillas ayudan a desentrañar los circuitos neuronales que se activan, mostrando que la respuesta no es solo física, sino que involucra un estado emocional y de expectativa.


El reflejo de las cosquillas conecta especies

Observar que los bonobos se hacen cosquillas durante el juego social y que las ratas emiten sonidos ultrasónicos de alegría cuando se les hace cosquillas sugiere un origen evolutivo antiguo. Este rasgo común indica que los mecanismos cerebrales para percibir un toque ligero y placentero, y para responder con risa o juego, se desarrollaron mucho antes que los humanos. Es un comportamiento que fomenta el vínculo y ayuda a aprender a interactuar de forma segura.

La neurociencia localiza la risa en el cerebro

Al escanear cerebros humanos mientras reciben cosquillas, los científicos pueden ver qué áreas se activan. No solo se ilumina la corteza somatosensorial, que procesa el tacto, sino también regiones vinculadas con la recompensa y el procesar lo inesperado, como el hipotálamo. Esto explica por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos: el cerebro predice y cancela la sensación cuando somos el origen del movimiento, un mecanismo clave para distinguir el yo del mundo exterior.

Quizás la ironía final sea que un acto tan asociado con el placer y la conexión dependa, en esencia, de una leve sensación de amenaza o sorpresa que el cerebro decide interpretar como divertida.