La propuesta de trasladar la infraestructura computacional crítica, como los centros de datos y los sistemas de inteligencia artificial, a la órbita terrestre se presenta a menudo como una solución elegante para problemas de consumo energético, impacto ambiental y escalabilidad. Sin embargo, la realidad de su implementación es abrumadoramente compleja, y expertos del sector, como un antiguo ingeniero de la NASA citado en el artículo, no dudan en calificarla de terrible, pesadilla, idea inútil, argumentando que los desafíos técnicos y logísticos son, por ahora, insuperables.


Los desafíos técnicos y logísticos son abrumadores

Más allá del evidente coste de lanzamiento, mantener un centro de datos funcional en el espacio implica resolver problemas críticos que en la Tierra damos por sentados. El vacío espacial es un enemigo para la disipación de calor, un aspecto vital para cualquier servidor, lo que obligaría a desarrollar sistemas de refrigeración radicalmente nuevos y extremadamente robustos. Cualquier reparación o actualización de hardware se convierte en una misión espacial de alto riesgo y coste prohibitivo, y la exposición constante a la radiación cósmica degrada los componentes electrónicos a un ritmo acelerado, comprometiendo la fiabilidad a largo plazo.

La supuesta ventaja energética y ecológica se desvanece

El argumento principal para esta idea suele ser el acceso ilimitado a energía solar y la reducción de la huella de carbono en la Tierra. No obstante, esta ventaja se diluye cuando se considera la enorme energía requerida para fabricar, lanzar y mantener la infraestructura en órbita. La eficiencia de los paneles solares en el espacio debe compensar primero la colosal deuda energética de su puesta en marcha. Además, el ciclo de vida de estos satélites-centro de datos terminaría generando basura espacial, un problema ambiental de una nueva dimensión, literalmente.

Así que, por ahora, parece que la nube computacional seguirá estando firmemente anclada en la Tierra, y no flotando sobre nuestras cabezas, a menos que alguien descubra cómo enviar un técnico de sistemas a la órbita geoestacionaria con una simple llave inglesa y un presupuesto ajustado.