En las noches más profundas de Valencia, cuando el silencio se vuelve absoluto y las sombras se alargan de forma antinatural, una presencia maligna aguarda entre las grietas de la realidad. Los padres susurran su nombre con voz temblorosa para advertir a sus hijos, pero el Butoni no necesita ser invocado, ya está ahí, respirando en la penumbra, esperando el momento perfecto para arrastrar a los pequeños desobedientes hacia un vacío del que jamás regresarán. Su aliento frío recorre las habitaciones infantiles, un susurro viscoso que se desliza bajo las camas y se esconde tras las puertas de los armarios, porque el Butoni no es una simple leyenda, es una certeza que todos los niños valencianos sienten en sus huesos cuando la luz se apaga.


La Anatomía de tu Peor Pesadilla

Nadie ha visto completamente al Butoni y ha vivido para contarlo, pero los relatos fragmentados describen una silueta peluda y retorcida que se mueve con un crujido de huesos viejos, con cuernos que raspan los techos bajos y ojos que brillan con un fulgor enfermizo en la oscuridad absoluta. No camina, se desliza como una mancha de aceite, expandiéndose por las esquinas de la habitación hasta envolver todo a su paso. Sus garras largas y afiladas no hacen ruido al arañar el suelo, pero dejan marcas profundas en la madera, y su respiración entrecortada huele a tierra húmeda y podredumbre antigua, un aroma que impregna las sábanas y permanece días después de su visita.

El Ritual Nocturno del Terror

El Butoni no castiga, simplemente colecciona. Se alimenta del miedo puro de los niños que se resisten a dormir, y cada gemido, cada lágrima, cada respiración agitada bajo las cobijas es un manjar que atrae su atención de manera irreversible. Primero sientes un peso en el colchón, como si alguien se hubiera sentado a los pies de tu cama, luego un roce de algo peludo contra tu tobillo, y cuando por fin te atreves a abrir los ojos, solo ves dos puntos rojos flotando en la negrura, acercándose lentamente hasta que su aliento helado te paraliza por completo. No hay escapatoria, porque el Butoni ya estaba allí antes de que tú llegaras, es parte de la habitación, de la oscuridad, de tu propia mente.

Dicen que los niños valencianos bien portados duermen profundamente, pero la verdad es que tienen miedo de despertar y descubrir que su brazo cuelga fuera de la cama, tentando al destino con un festín para el habitante de las sombras. Es el único caso donde portarse mal te garantiza una noche más de vida, porque al Butoni le gusta cazar presas que valgan la pena, y nada es más sabroso que un niño que cree que puede desafiar a la noche.