El Anciano del Faro y su Vigilia Eterna
En la costa gallega, donde el Finisterre se desgarra contra el Atlántico, una presencia que no debería estar se niega a descansar. Los marineros susurran que cuando el cielo se ennegrece y el viento aúlla con furia, la linterna del faro se enciende sola, guiada por una mano que lleva décadas convertida en polvo. No es un farero, es un eco de agonía, un guardián atrapado en un juramento que la muerte no pudo romper. Su forma es apenas un parpadeo en la tormenta, una silueta que se desvanece en la niebla salina, pero su tarea perversa continúa. Cada destello de luz es un recordatorio de que algunos horrores nunca terminan, simplemente cambian de forma.
La Maldición de la Luz Guiadora
La luz que debería salvar condena a quien la mira demasiado tiempo. Los pescadores evitan mirar directamente hacia la torre cuando el anciano está activo, pues dicen que en cada haz de luz se pueden ver rostros ahogados nadando en la penumbra. La linterna no ilumina el camino a casa, sino que revela los secretos que el océano guarda en sus profundidades. Es una advertencia luminosa que muestra lo que yace bajo las olas, una galería de almas perdidas que el guardián arrastra consigo en su eterna vigilia. Quienes han sobrevivido a tormentas gracias a esa luz juran que escucharon sollozos entre el estruendo del mar, como si el faro mismo llorara por las almas que no pudo salvar.
El Ritual Nocturno del Espectro
Cuando la noche es más negra y las nubes se arremolinan como brujas danzantes, se puede ver su silueta subiendo la escalera de caracol. No camina, se desliza, dejando un rastro de humedad y salitre. Las puertas se cierran solas a su paso, y el aire se espesa hasta hacerse irrespirable. Lo peor no es verlo, sino escuchar el crujido de sus huesos invisibles mientras manipula los mecanismos que ya no deberían obedecer a nadie. Cada tormenta es un nuevo funeral al que está condenado a asistir, cada nave que salva es un recordatorio de que él nunca encontró su propio puerto seguro. Su existencia es una condena peor que la muerte, una repetición infinita de su último momento de terror.
Quizás el verdadero horror no es que un fantasma encienda el faro, sino que nosotros seguimos confiando ciegamente en una luz manejada por manos que ya no son humanas. Después de todo, qué mejor manera de atraer a las víctimas que ofrecerles una luz de esperanza en medio de la oscuridad.
|Agradecer cuando alguien te ayuda es de ser agradecido|