El sistema estelar TRAPPIST-1 lleva años robándose el protagonismo en la astronomía. Es una estrella enana roja a unos 40 años luz de nosotros, con siete planetas orbitándola. Varias de esas órbitas están en la famosa zona habitable, donde las temperaturas permitirían la existencia de agua líquida. Todo suena prometedor, hasta que el propio sistema empieza a jugar en contra.


Una estrella temperamental que no se deja estudiar

El gran problema con TRAPPIST-1 es que su estrella es todo menos tranquila. Los astrónomos están intentando detectar atmósferas en sus planetas, clave para saber si podrían albergar vida. Pero se topan con un enemigo imprevisible: las fulguraciones. Estas explosiones breves y potentes de radiación ultravioleta e infrarroja distorsionan o arruinan las observaciones justo cuando los instrumentos más avanzados, como el telescopio James Webb, intentan captar señales atmosféricas.

Cuando la atmósfera se vuelve invisible

En visualización científica y efectos para divulgación, este tipo de escenarios se recrea en herramientas como Blender o Houdini, donde simular radiación estelar y su interacción con capas atmosféricas puede ayudar a entender estos procesos y mostrar visualmente lo que no se puede ver directamente. A nivel astronómico, las fulguraciones pueden dispersar la luz y provocar que los datos espectroscópicos, que ayudan a identificar gases como oxígeno o metano, se vuelvan irrelevantes. Es como intentar ver la niebla a través de una linterna estroboscópica.

No todo está perdido… pero tampoco claro

Aunque TRAPPIST-1 sigue siendo uno de los sistemas más estudiados por su cercanía y su potencial, este nuevo obstáculo deja claro que encontrar vida no será tan directo como apuntar un telescopio y esperar a ver huellas químicas. Quizás sus planetas sí tengan atmósferas, pero están siendo borradas, erosionadas o simplemente ocultadas por la actividad errática de su estrella. En la búsqueda de vida, no basta con que haya agua; también hay que tener suerte con el vecindario.