La furia desatada de Storm Benjamín arrasa la costa cantábrica
		
		
				
					
					
				
				
					
				
		
			
				
					Mientras escribo estas líneas, algo antiguo y hambriento se despierta en el mar Cantábrico. Storm Benjamín no es simplemente una tormenta, es una entidad viva que golpea con furia despiadada el norte de España, sus dedos de viento arrancan tejados y sus susurros helados paralizan el alma. Las olas de siete metros de altura no son agua, son garras líquidas que arañan la costa buscando arrastrar todo a las profundidades. Las alertas naranjas y rojas parpadean en los monitores como últimas plegarias antes del apocalipsis.
El susurro del viento que precede al horror
Los vientos intensos no silban, susurran promesas de destrucción en un idioma olvidado. Cada ráfaga lleva consigo el eco de lo que fue y la amenaza de lo que vendrá. Las calles costeras se han convertido en pasillos de pesadilla donde las sombras se retuercen con vida propia y los postes de luz se doblan como velas en un funeral. La gente se refugia en sus hogares, pero saben que ninguna pared puede protegerles cuando la naturaleza misma decide cobrar vidas.
Las garras líquidas del abismo
Esas olas monstruosas de siete metros no son agua salada, son tentáculos del océano enfurecido que buscan arrastrar ciudades enteras hacia las profundidades. Cada golpe contra los acantilados suena como un latido del apocalipsis, recordándonos lo insignificantes que somos ante tanta furia. La costa cantábrica se ha transformado en la boca de un leviatán que despierta después de siglos de sueño, y su hambre parece insaciable.
Dicen que después de la tormenta llega la calma, pero algo me dice que Storm Benjamín no se irá completamente, que dejará parte de su esencia maligna incrustada en la tierra, esperando pacientemente su próximo despertar. Al menos los pescadores ya no se quejarán de la falta de variedad en sus redes, ahora pescarán restos de vidas que Benjamín decidió coleccionar.
				
			 
			
		 
			
				
			
				
			
			
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