‑oíd ‑dijo el conde,- Si un hombre hubiese hecho perecer por medio de un tormento atroz, un tormento terrible, un tormento sin fin, a vuestro padre, a vuestra madre, a vuestra amada, a uno de esos seres, en fin, que, cuando se les separa del corazón dejan en el un vacío eterno y una llaga incurable, ¿creeríais suficiente la reparación que os concede la sociedad porque el hierro de la guillotina ha pasado entre la base del occipital y los músculos trapecios del cuello, y porque aquel que os ha hecho sentir años de sufrimientos morales ha experimentado algunos segundos de dolores físicos? .
‑sí, ya lo sé ‑replicó Franz‑, la justicia humana es tan insuficiente como consoladora. Puede derramar la sangre a cambio de la sangre. Preciso es preguntarle lo que puede y nada más.
‑y aún os expongo un caso material ‑replicó el conde‑, aquel en que la sociedad, atacada por la muerte de un individuo en la base sobre la cual se asienta, venga la muerte con la muerte. Decidme, sin embargo, ¿no hay millares de dolores con los que pueden ser desgarradas las entrañas de un hombre, sin que la sociedad se ocupe de ello, sin que le ofrezca el medio insuficiente de venganza de que hablamos hace poco? ¿no hay crímenes para los cuales el palo de los turcos, las gamellas de los persas, los nervios retorcidos de los iroqueses, serían suplicios demasiado dulces, y que, con todo, la sociedad indiferente deja sin castigo? Responded, ¿no hay tales crímenes? .
‑sí ‑respondió Franz‑, y para castigarlos esta tolerado el duelo. ‑el duelo. El duelo. ‑exclamó el conde‑. Buen modo, a fe mía de conseguir la venganza. Un hombre os ha robado a la mujer que amabais, un hombre ha deshonrado a vuestra hija, de una existencia entera, que teníais derecho a esperar de dios la parte de felicidad que ha prometido a todo ser humano al crearlo, ha hecho una vida de dolor, de miseria o de infamia, y os creéis vengado, porque ha ese hombre, que ha hecho nacer el delirio en vuestra mente y la desesperación en vuestra alma, os creéis vengado, digo, porque le habéis dado una estocada en el pecho o porque de un pistoletazo le habéis hecho saltar la tapa de los sesos. Oh, y eso sin contar que es el quien con frecuencia sale victorioso de la mancha a los ojos del mundo, y en cierto modo absuelto por dios. No, no ‑continuó el conde‑, si alguna vez tuviera que vengarme, no me vengaría así.