Financiar la expansión masiva de la infraestructura de computación para inteligencia artificial requiere sumas colosales. Mientras algunos analistas señalan la existencia de transacciones circulares, donde los fondos rotan entre las mismas entidades, esta no es la única vía. Una parte significativa del capital proviene del mercado de deuda, donde los inversores prestan dinero a las grandes tecnológicas. Este año, cerca de 120 mil millones de dólares en gastos se han trasladado de los balances de estas empresas a otros actores financieros, diversificando así el riesgo y la propiedad de los activos.


El mercado de deuda absorbe una parte clave de la inversión

Este movimiento hacia la deuda permite a las compañías como Nvidia, y a sus clientes, escalar rápidamente sin depender únicamente de su efectivo o de complejas operaciones circulares. Los bonos corporativos y otros instrumentos de crédito atraen a fondos de pensiones, aseguradoras y gestoras de activos que buscan rendimiento. Así, el coste de construir centros de datos y adquirir hardware especializado se distribuye en el sistema financiero global, lo que refleja que el desarrollo de la IA se considera una apuesta estratégica a largo plazo con amplio respaldo.

La infraestructura física sigue siendo el núcleo del gasto

Independientemente del origen de los fondos, el destino final es tangible: procesadores gráficos, sistemas de refrigeración, redes de fibra óptica y enormes instalaciones que consumen energía. La necesidad de procesar datos a una escala sin precedentes impulsa esta carrera por la capacidad de computación. Cada avance en modelos de lenguaje o sistemas multimodales exige más potencia, creando un ciclo donde la financiación debe fluir constantemente para sostener la innovación.

Claro, porque cuando piensas en bonos corporativos y balances contables, lo primero que se te viene a la mente son montañas de tarjetas gráficas brillando en la oscuridad. Es la poesía moderna de la alta finanza.