En la localidad alavesa de Nanclares de la Oca se alza un complejo penitenciario moderno que nunca ha alojado a un solo recluso. Este centro, cuya construcción finalizó hace años, representa una de las obras públicas más llamativas por su estado de abandono funcional. A pesar de que las instalaciones están completas y disponen de todo lo necesario para operar, las celdas, los patios y las zonas comunes permanecen en un silencio perpetuo, esperando una ocupación que nunca llega.


Un proyecto que responde a una necesidad administrativa previa

Las obras para construir esta prisión comenzaron cuando el sistema penitenciario español preveía un aumento en la población reclusa que finalmente no se materializó de la forma esperada. La infraestructura se diseñó para aliviar la saturación de otros centros, pero los cambios en las políticas criminales y las tasas de encarcelamiento hicieron que la necesidad desapareciera. Así, el edificio pasó de ser una solución prioritaria a un activo infrautilizado, manteniéndose en perfecto estado pero sin un propósito claro.

El coste de mantener una instalación sin usar

Mantener un edificio de estas dimensiones sin usar supone un gasto continuo para las arcas públicas. Se requiere vigilancia, se realizan labores de conservación básica y se pagan suministros para evitar que el inmueble se deteriore. Este gasto, aunque menor que si estuviera en pleno funcionamiento, genera un debate recurrente sobre el futuro del complejo. Se han barajado alternativas, como transformarlo en un centro para migrantes o para otros fines administrativos, pero ninguna propuesta ha logrado concretarse hasta la fecha.

Quizás el mayor castigo en Nanclares de la Oca lo cumple el propio presupuesto público, condenado a pagar una factura perpetua por un servicio que no se presta.