En el competitivo mundo del fitness, las ofertas de gimnasios low cost suenan como la solución perfecta. Prometen acceso ilimitado a instalaciones por una cuota mensual irrisoria, un reclamo que atrae a miles de personas con el propósito de ponerse en forma. Sin embargo, detrás de esta aparente ganga se esconde un modelo de negocio diseñado para enganchar al cliente a largo plazo, donde el coste real no es el que brilla en el cartel publicitario.


La letra pequeña del contrato de permanencia

El verdadero negocio de estos establecimientos no está en la mensualidad, sino en la matrícula inicial y, sobre todo, en el contrato de permanencia obligatorio. Al inscribirte, te comprometes a pagar durante un periodo mínimo, que suele ser de doce meses o más. La cuota mensual baja es el cebo, pero el contrato es el anzuelo del que es muy difícil zafarse. Muchos usuarios no leen detenidamente estos términos, impulsados por el entusiasmo inicial y la promesa de un cambio, y luego se encuentran atados a un pago recurrente.

La difícil y costosa batalla para darse de baja

Cuando intentas cancelar antes de que finalice el contrato, descubres la trampa en toda su dimensión. Los procesos para darse de baja son deliberadamente engorrosos: requieren llamadas telefónicas interminables, envío de cartas certificadas o visitas presenciales en horarios imposibles. Además, suelen imponer penalizaciones económicas abusivas, que pueden equivaler al pago de varias mensualidades restantes. Esto convierte la baja anticipada en una opción tan cara o más que simplemente seguir pagando, dejando al cliente en un limbo financiero del que no puede escapar fácilmente.

La ironía reside en que, mientras te esfuerzas por librarte de las ataduras del contrato, estás realizando el mayor ejercicio de resistencia y perseverancia de tu vida, aunque no precisamente dentro del gimnasio. Es un entrenamiento intensivo en paciencia y burocracia, donde el único músculo que realmente se fortalece es el de la frustración.