El Teatro de la Ópera que Sevilla nunca vio
En el corazón de la Isla de la Cartuja, junto al río Guadalquivir, existe un vacío arquitectónico que cuenta una historia de lo que pudo ser y nunca fue. Hablamos del gran Teatro de la Ópera al aire libre proyectado para la Exposición Universal de 1992, una obra maestra inconclusa que se quedó atrapada en los planos y en un enorme foso de cimentación. Concebido como el complemento cultural y el hermano mayor al aire libre del Teatro de la Maestranza, este colosal auditorio para diez mil espectadores iba a ser uno de los legados permanentes más ambiciosos de la muestra universal. Su diseño, moderno y vanguardista, prometía convertir a Sevilla en un foco de la lírica y los grandes espectáculos a cielo abierto, pero los avatares de la planificación y los ajustes presupuestarios truncaron su destino para siempre.
Un proyecto estrella que se hundió antes de emerger
La idea nació con fuerza a finales de los años ochenta, en plena efervescencia preparatoria de la Expo. El arquitecto sevillano Guillermo Vázquez Consuegra fue el encargado de dar forma a este sueño, diseñando una estructura ligera y elegante que debía alzarse cerca del Pabellón de la Navegación. El proyecto avanzó hasta la fase de movimiento de tierras y la ejecución de la compleja cimentación, una losa de hormigón de grandes dimensiones que debía soportar el peso de la gran cubierta y las gradas. Sin embargo, tras esta primera y costosa inversión, las obras se paralizaron definitivamente. Los motivos nunca se hicieron del todo públicos, pero se alude comúnmente a la necesidad de priorizar otros proyectos de la exposición y a la falta de fondos para culminar una obra de tal envergadura en el tiempo límite.
El legado de un hueco en la memoria
Hoy, lo que perdura del gran Teatro de la Ópera es, irónicamente, su ausencia. El enorme hueco rectangular de la cimentación, conocido coloquialmente como el foso, permanece visible en la zona, un cráter urbano que ha sido testigo de diversos usos temporales, desde aparcamiento hasta escenario para eventos menores. Este espacio vacío se ha convertido en un símbolo melancólico de los proyectos truncados y en una pieza arqueológica contemporánea que genera más preguntas que respuestas. Para los visitantes ocasionales es solo un terreno extraño, pero para quienes conocen su historia, representa la materialización de un qué hubiera sido, un auditorio fantasma que sigue resonando en la memoria colectiva de la ciudad como la promesa cultural más grandiosa que Sevilla dejó escapar.
Así que, si paseas por la Cartuja y te encuentras con ese extraño solar hundido, ya lo sabes: no es un estacionamiento abandonado, es el escenario de la ópera más silenciosa del mundo, donde la única función es el concierto perpetuo del viento y el murmullo de lo que pudo ser.
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