En las profundidades de Málaga, donde la luz no llega y el eco de las promesas políticas se desvanece, yace una herida abierta en el tejido urbano. La estación del Hospital Civil permanece en un letargo forzado, sus túneles convertidos en cámaras de resonancia para los suspiros de una población traicionada. Cada día que pasa, la oscuridad se hace más densa, más personal, como si las propias paredes absorbieran la desesperación de quienes esperan una conexión que nunca llega. Los andenes vacíos no son simple ausencia, sino presencia negativa, espacios que deberían estar llenos de vida pero que en su lugar albergan solo el frío peso del abandono.


Los túneles del olvido

Lo que comenzó como un proyecto de progreso se transformó en una pesadilla arquitectónica. Los túneles excavados pero nunca terminados se extienden como venas muertas bajo la ciudad, respirando el aire viciado de una década de negligencia. Las disputas políticas han sellado el destino de estos pasadizos subterráneos, condenándolos a existir en un limbo perpetuo. En la penumbra, las estructuras metálicas sin terminar se retuercen como esqueletos de bestias mecánicas, esperando una vida que saben nunca llegará. El silencio aquí no es paz, sino una amenaza suspendida, cargada de los ecos de trenes que nunca circularán.

La respiración de la ciudad herida

Los residentes del área del Hospital Civil han aprendido a convivir con el fantasma de lo que pudo ser. Cada mañana, al descender a las calles sobre los túneles abandonados, sienten el vacío bajo sus pies como una presencia tangible. No es solo la falta de transporte lo que los atormenta, sino la conciencia de que bajo tierra existe un mundo paralelo de posibilidades truncadas. Las grietas en el asfalto parecen sonreír burlonamente, recordatorios físicos de las fracturas en las promesas oficiales. La ciudad respira con dificultad, su pulso alterado por esta herida que nunca cicatriza, este proyecto que se niega a morir pero que tampoco puede vivir.

Dicen que si te quedas quieto al anochecer junto a las obras abandonadas, puedes oír el sonido de las monedas de los contribuyentes cayendo en un pozo sin fondo, un tintineo fantasmal que se repite eternamente en las cámaras de resonancia de la incompetencia.