En los bosques más profundos de Galicia, donde la niebla se aferra a los robles como un sudario húmedo, las Meigas aguardan. No son leyendas antiguas, sino presencias vivas que respiran en la oscuridad, observando desde los rincones que la luz nunca alcanza. Susurran en el viento que atraviesa los valles, promesas dulces que esconden veneno, y sus dedos huesudos acarician las aguas de los arroyos donde se refleja la luna. Quienes las han visto describen ojos sin fondo y sonrisas que no llegan a tocarlas, porque su belleza es un cebo para el alma desprevenida. Caminan entre los mortales sin ser detectadas, pero su influencia corroe la realidad como una enfermedad lenta e incurable.


El pacto que nunca se rompe

Acercarse a una Meiga es firmar un contrato escrito en sombras. Ofrecen deseos cumplidos a cambio de pedazos de tu esencia, fragmentos de memoria o años de vida que desaparecen como humo. Sus regalos siempre tienen un precio oculto, una maldición tejida en los hilos de la realidad que se manifiesta cuando menos lo esperas. Las noches se alargan inexplicablemente, los espejos reflejan cosas que no deberían estar allí, y el frío se instala en los huesos incluso en pleno verano. No hay escapatoria una vez que su atención se posa sobre ti, porque su recuerdo se incrusta en la mente como un gusano que roe desde dentro.

Donde la realidad se desgarra

Los lugares que habitan las Meigas son portales hacia una pesadilla consciente. Pozos antiguos donde el agua nunca fluye, cruces de caminos donde la bruma no se disipa, y casas abandonadas que susurran historias de locura. Allí, el tiempo se retuerce y los sentidos mienten; lo que ves puede no ser real, y lo que ignoras te observa desde las sombras. Los animales huyen de estos sitios, instintivamente conscientes del peligro que los humanos niegan por orgullo. Quien entra en su dominio rara vez sale completo, y si lo hace, lleva consigo una semilla de oscuridad que germina en sueños febriles y paranoia creciente.

Dicen que si alguna vez sientes una caricia gélida en la nuca al anochecer, no te des la vuelta. Podría ser solo el viento... o el primer contacto de una Meiga que ya te ha elegido. Después de todo, ¿qué es un alma humana sino otro juguete para su colección eterna?