Nuestros cerebros priorizan señales sociales sobre información abstracta debido a nuestra herencia evolutiva. En el pasado ancestral, alinearse con el grupo correcto significaba mayor supervivencia y mejores oportunidades de cooperación. Este mecanismo, que alguna vez fue adaptativo, hoy se manifiesta cuando las personas apoyan políticas o partidos por identidad cultural o conexión emocional, incluso cuando estas opciones no maximizan el bienestar material inmediato de sus propias familias.


El mecanismo ancestral en el mundo moderno

Este sesgo opera a través de circuitos cerebrales que procesan la pertenencia grupal como una necesidad fundamental. Cuando nos identificamos con un grupo político o cultural, nuestro cerebro activa sistemas de recompensa similares a los que experimentaban nuestros ancestros al ser aceptados por su tribu. La coherencia con la identidad grupal se siente tan urgente que puede opacar consideraciones prácticas sobre economía o calidad de vida inmediata.

Consecuencias en la sociedad contemporánea

En la política actual, este sesgo explica por qué muchos votantes mantienen lealtades inquebrantables hacia partidos o ideologías específicas. Las personas suelen procesar información política mediante filtros identitarios en lugar de evaluaciones racionales de políticas concretas. Esta dinámica crea divisiones sociales profundas donde los debates se centran en símbolos e identidades en lugar de soluciones prácticas a problemas compartidos.

Resulta irónico que nuestro cerebro, evolucionado para la supervivencia en pequeños grupos, ahora nos lleve a defender posiciones que perjudican nuestro bienestar material en sociedades complejas, todo por esa necesidad ancestral de pertenecer al bando correcto.