Durante los años del boom inmobiliario, numerosas comunidades autónomas iniciaron proyectos hospitalarios que parecían diseñados para necesidades futuras exageradas. El Hospital de Valdepeñas representa perfectamente este fenómeno, con su estructura principal completada y equipamiento médico almacenado en cajas, pero sin pacientes ni personal médico. Sus pasillos recién pintados y sus habitaciones equipadas permanecen en un limbo administrativo, esperando una inauguración que nunca llegó.


La paradoja de la planificación sanitaria

Las autoridades sanitarias justificaron estas macro construcciones con proyecciones de crecimiento demográfico que nunca se materializaron. Mientras tanto, los cambios en la distribución competencial entre administraciones y los recortes presupuestarios posteriores a la crisis congelaron indefinidamente estos proyectos. El resultado son instalaciones que huelen a pintura nueva y desinfección, pero donde el silencio solo se ve interrumpido por el eco de los pasos de algún vigilante de seguridad.

El coste del abandono

Mantenemos estructuras que consumen recursos en seguridad y conservación básica, mientras el equipo médico comprado se obsolesce en sus embalajes originales. Algunas comunidades han intentado reutilizar estos espacios como almacenes temporales o centros de vacunación durante la pandemia, pero la adaptación resulta casi tan costosa como la construcción inicial. El debate sobre si demoler, reconvertir o esperar mejoras presupuestarias continúa sin resolverse.

Es irónico pensar que estos hospitales fantasma tienen mejor equipamiento que muchos centros en funcionamiento, pero su destino parece ser convertirse en modernas ruinas del siglo XXI, monumentos a la mala planificación donde las urgencias más pressing son las goteras en el techo.