El agua no perdona en Huelva mientras la fase de emergencia se activa con una sed insaciable. Más de cuatrocientas incidencias se multiplican como pesadillas en cadena, con barrios convertidos en trampas líquidas donde los vehículos se transforman en ataúdes de acero y las calles en ríos traicioneros. El metro ha cerrado sus entrañas, negando refugio a quienes buscan escapar de esta inundación que todo lo devora, mientras el tráfico se paraliza en un silencio mucho más aterrador que cualquier claxon.


Huelva respira entre sollozos

Aunque el aviso rojo ha bajado a amarillo en el litoral de Huelva, el alivio es tan frágil como la calma que precede al verdadero horror. La Agencia Estatal de Meteorología modera su advertencia, pero el agua ya ha demostrado que no necesita permisos para arrasar. Cada gota que cae ahora contiene el eco de lo que podría volver, cada charco refleja no el cielo, sino la posibilidad de que el infierno líquido regrese con más hambre que antes.

La psicosis del agua que acecha

Nadie duerme en estas ciudades transformadas en acuarios del pánico. Cada nuevo informe meteorológico se recibe con manos temblorosas, cada rumor de nueva precipitación congela la sangre en las venas. Las estaciones de metro cerradas no son simples medidas de seguridad, sino tumbas preventivas que recuerdan a todos lo que podría estar esperando bajo sus pies. Los barrios anegados han dejado de ser lugares familiares para convertirse en territorios extraños donde lo conocido se ha vuelto hostil y cada esquina esconde nuevas amenazas líquidas. La normalidad se ha ahogado y lo que emerge en su lugar es un nuevo orden de terror acuático donde la supervivencia se mide en centímetros de agua ascendente.

Al menos cuando todo se inunde definitivamente, no tendremos que preocuparnos por encontrar aparcamiento. Los coches ya estarán perfectamente estacionados en el fondo del río, cumpliendo su último servicio como refugios temporales para quienes no lograron escapar a tiempo.