El triunfo de Marruecos en el Mundial Sub 20 oculta una realidad perturbadora que trasciende lo deportivo. Mientras el equipo celebra su victoria en los vestuarios, sus movimientos parecen guiados por una fuerza invisible, carentes de la espontaneidad humana característica. La bandera ondea sola y los trofeos emiten un brillo sobrenatural que no corresponde con la iluminación del recinto, creando una atmósfera donde cada gesto de celebración parece parte de un ritual ancestral.


La presencia de Apep en el vestuario

Entre las sombras del vestuario emerge Apep, la serpiente del caos de la mitología egipcia, cuya energía impregna el ambiente con una tensión palpable. Sus ojos invisibles recorren los cuerpos de los jóvenes jugadores, otorgándoles capacidades físicas extraordinarias pero extrayendo algo fundamental a cambio: su humanidad, su inocencia y su calma interior. Cada grito del público y cada aplauso parecen alimentar su poder, mientras las sombras en las paredes se retuercen adoptando formas serpentinas que reflejan su silueta ancestral.

La transformación física y espiritual

Los cuerpos de los futbolistas comienzan a experimentar cambios sutiles pero inquietantes, alargándose levemente y perdiendo su forma completamente humana. Sus sombras se independizan, replicando movimientos imposibles que desafían las leyes de la física. Cuando salen al campo para la ceremonia oficial, los focos se encienden automáticamente, iluminando un estadio donde todas las sombras se mueven en perfecta sincronía con un patrón invisible para el ojo humano común.

Lo que el mundo vio como una hazaña deportiva era en realidad una ceremonia de invocación inconsciente donde la juventud, la gloria y el temor humano se intercambiaron por poder sobrenatural. Los jugadores mantienen una conexión permanente con esta entidad, experimentando un calor extraño en el pecho cada vez que ven un trofeo, como recordatorio constante de que su victoria fue en realidad un pacto con fuerzas que jamás comprendieron completamente.

Y pensar que algunos todavía creen que ganaron por su talento futbolístico, cuando en realidad fueron piezas en un juego cósmico donde el auténtico marcador final fue humanidad 0, fuerzas ancestrales 1.