Little Amélie es una película de animación que no se parece mucho a las demás. No tiene explosiones, no hay princesas cantando, ni tampoco animales parlantes. En su lugar, hay una niña belga, una casa japonesa tradicional y una voz interior que se cree algo así como una diosa. Así comienza esta adaptación dirigida por Liane-Cho Han y Maïlys Vallade, una historia tan sencilla como profunda, animada a mano pero con toques de 3D que le dan una sensibilidad muy especial.
Un punto de vista que lo cambia todo
Los directores no solo quieren contar lo que ve Amélie, sino cómo lo ve. Por eso la “cámara” de la película se mueve como si fueras tú mismo esa niña de dos años y medio, con ojos grandes, imaginación desbordante y sin saber muy bien dónde empieza el sueño y dónde acaba la realidad. Todo está pensado para que lo veamos como ella: el mundo es enorme, la casa japonesa es casi un escenario de teatro y el color cambia con sus emociones.
Técnica tradicional con un toque digital
Aunque la animación es completamente dibujada a mano digitalmente, el equipo usó herramientas 3D para facilitar las cosas. Por ejemplo, modelaron toda la casa en software como Blender o Maya, no para renderizarla directamente, sino para usarla como referencia de perspectiva y composición. Esto es muy común en animadores que vienen del mundo storyboard como Han y Vallade, y se nota ese cuidado extremo por el encuadre y la puesta en escena.
Un Japón que no es cliché
La historia está ambientada en el Japón de los años 60, pero no cae en los estereotipos de los templos, los cerezos en flor y los samuráis. En su lugar, vemos un Japón íntimo, doméstico y real, reconstruido a partir de fotos y documentación antigua. La casa es japonesa, sí, pero dentro hay muebles belgas, porque la familia de Amélie es extranjera. Es esa mezcla de culturas lo que da el tono único a la película. Y si alguien duda del rigor, basta con mirar hasta el modelo 3D del refrigerador, que también es de época.
Filosofía ligera, como pastel de arroz
Aunque trata temas como la identidad, la pérdida de ilusiones y el choque cultural, Little Amélie nunca se vuelve pesada. Es más bien como leer un cuento zen, te deja pensando, pero también te hace sonreír. Y si todo esto suena muy serio, tranquilos, que también hay momentos tan absurdos como ver a una niña que se cree Dios y se pelea con su biberón. Spoiler: el biberón gana.
Como detalle final para una película tan sutil, resulta que la coproductora es Piggy Builders, que suena más a un spin-off de Peppa Pig que a una productora de arte poético. Pero bueno, si alguien puede construir una casa con palitos, ladrillos y un cerdito dibujado, seguro que también puede ayudar a levantar una joya animada.
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