La Coronación del Rey Clonado como escena distópica
La catedral gótica, un esqueleto de piedra y vidrio, contiene un silencio electrificado. La multitud, vestida con ropajes que mezclan el medievo con tejidos sintéticos, no respira. En el altar, bajo la luz fría que filtra por los vitrales, se alzan dos figuras. Un arzobispo cuya capa pluvial esconde servomotores y su rostro de polímero imita una sonrisa beatífica. Frente a él, arrodillado, un joven idéntico en cada detalle al rey que gobernó los últimos cuarenta y cinco años. La monarquía hereditaria es un concepto abolido. Ahora se perpetúa clonando al soberano, transfiriendo sus memorias centrales y programando su psique para asegurar una estabilidad opresiva y eterna. El ciclo se renueva sin alterarse.
El ritual de la perpetuación clónica
El arzobispo autómata extiende sus manos mecánicas, que sostienen una corona de metal frío y circuitos luminiscentes. Sus dedos articulados se mueven con una precisión inquietante, colocando el peso del gobierno perpetuo sobre la frente del clon. Los ojos del joven rey, vacíos de la incertidumbre de la juventud, reflejan una sabiduría implantada, recuerdos de batallas que no libró y de decisiones que no tomó. La ceremonia no celebra un ascenso, sino una sustitución. Es el momento en que el sistema confirma que el individuo es irrelevante; solo importa el patrón genético y de datos que se replica. La estabilidad del reino depende de esta ilusión de continuidad inmutable.
La arquitectura del poder inmutable
Tras la fachada de tradición, una red de biosistemas y servidores mantiene la ilusión. Los recuerdos del monarca original se almacenan, editan y transfieren al nuevo cuerpo. Se suprimen desviaciones y se potencian lealtades al estado. El pueblo observa, sabiendo que el rostro en el trono nunca envejecerá de verdad, solo será reemplazado cuando el deterioro físico amenace la imagen de poder invencible. La disidencia se castiga no solo por actuar, sino por pensar en la mortalidad del líder. El estado clona no solo a un hombre, sino a una era completa, congelada en un punto de control absoluto.
Algunos cortesanos susurran que, a veces, en la noche, los clones sueñan con ser alguien distinto. Son rumores, por supuesto. Fallos en el programa que los técnicos corrigen al día siguiente con un reinicio neural. La corona siempre cabe perfectamente; está hecha para esa frente, una y otra vez.
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