Cuando el Jardín de las Delicias es una cúpula genética distópica
En el núcleo de la megaciudad, la corporación BioSíntesis mantiene el Jardín de las Delicias. Es un ecosistema artificial contenido bajo una cúpula geodésica de cristal blindado, un santuario exclusivo para la élite. Aquí, la naturaleza no evoluciona; la diseñan. Los ingenieros genéticos manipulan el ADN para crear flora y fauna que solo existen para deleitar los sentidos y afirmar el poder absoluto de quienes controlan el código de la vida.
La vida se rediseña como un lujo surrealista
Los visitantes pasean por senderos de césped que brilla con un tono violeta suave. Los árboles tienen hojas de plata que tintinean con la brisa artificial y sus frutos son esferas translúcidas que pulsan con luz interna. Animales quiméricos, como aves con plumas de seda metálica y cuadrúpedos dóciles con piel aterciopelada y ojos grandes, se dejan acariciar. Cada organismo es estéril, dócil y patentado; su biología es un producto de consumo final que la corporación vende como experiencia sensorial suprema.
El fruto prohibido es el conocimiento sin filtrar
El único elemento no controlado en el jardín es un antiguo terminal de acceso a la Red Global, oculto en la falsa raíz del Árbol de la Vida sintético. Este terminal, apodado el fruto prohibido, contiene datos genéticos crudos, registros de experimentos fallidos y la verdad sobre las enfermedades que asolan los distritos exteriores. Acceder a él significa conocer cómo la corporación decide qué vida vale la pena y cuál se descarta, un saber que BioSíntesis considera el único pecado capital en su nuevo Edén.
Un cartel junto a una fuente de néctar rosado advierte: Disfrute de la perfección. No interrogue a la flora.
|Agradecer cuando alguien te ayuda es de ser agradecido|