Existe un ritual ancestral que se repite en los pueblos más remotos de España, una tradición que los lugareños llaman la caza del gamusino. Lo presentan como un juego inocente, una prueba de valentía para niños despistados y forasteros confiados. Te entregan una linterna defectuosa y un saco vacío, te señalan el bosque más denso y te susurran instrucciones sobre cómo atrapar a la criatura esquiva. Lo que no te dicen es que el gamusino no es el animal imaginario que describen, sino algo mucho más antiguo y hambriento que acecha entre los árboles, esperando que alguien se adentre solo en la oscuridad.


Las reglas del juego macabro

La víctima siempre sigue el mismo patrón: camina entre zarzas y raíces retorcidas, con la respiración entrecortada y los ojos abiertos como platos. La linterna parpadea deliberadamente, sumiéndolo en intermitentes ataques de ceguera. Escucha crujidos que no provienen de sus propios pasos, susurros que imitan voces humanas desde la espesura. Los participantes del pueblo permanecen en sus casas, cerrando puertas y ventanas con cerrojos reforzados, sabiendo que lo que merodea en el bosque no perdona a los incautos que caen en la trampa.

Lo que realmente espera en la oscuridad

No existe gamusino alguno que capturar, sino una presencia que se alimenta de la esperanza perdida y el terror creciente. Se manifiesta como sombras que se alargan de forma antinatural, como ojos brillantes que observan desde lo impenetrable. Las víctimas nunca regresan, aunque ocasionalmente alguien encuentra sus pertenencias esparcidas cerca de los arroyos: una linterna apagada para siempre, un saco rasgado con algo oscuro y viscoso en su interior. Los aldeanos niegan cualquier desaparición, atribuyéndola a despistes o viajes repentinos, pero sus miradas evasivas delatan un secreto milenario demasiado peligroso para revelar.

Dicen que la mejor broma es cuando el cazador se convierte en la presa, aunque el chiste pierde toda gracia cuando escuchas los alaridos que se apagan entre los árboles al amanecer. El verdadero rito de iniciación no es sobrevivir a la caza, sino convertirse en parte del ecosistema de terror que perpetúa el ciclo.