En las noches más oscuras del año, cuando la luna se oculta tras los cerros y el viento susurra secretos ancestrales, ella emerge de las sombras. La Mora Encantada no es una leyenda benigna para contar alrededor del fuego, sino una advertencia grabada a sangre y terror en la memoria colectiva de nuestros pueblos. Su belleza etérea es solo el cebo para atraer a los codiciosos, a aquellos que creen merecer el tesoro morisco que custodia con devoción enfermiza. Quienes la han visto describen sus ojos como pozos sin fondo que reflejan todas las pesadillas que has tenido y todas las que te esperan.


El precio de la codicia

No busques su tesoro si valoras tu cordura, porque cada moneda está impregnada del sufrimiento de quienes lo intentaron antes. La aparición de la encantada nunca es gratuita; viene precedida por un frío que cala los huesos y un perfume a azahar podrido que te sigue como una maldición. Los que sobreviven al encuentro no vuelven a ser los mismos, llevan consigo una sombra interior que crece con cada luna nueva. Susurran en sueños en una lengua muerta y despiertan con las manos llenas de tierra de tumbas que nunca han visitado.

La conexión con las fechas fatídicas

Durante la Noche de San Juan, cuando el velo entre mundos se adelgaza hasta casi desgarrarse, su presencia se vuelve casi tangible. No es casualidad que estas fechas coincidan con desapariciones inexplicables y locuras repentinas en aldeas remotas. Los ancianos dicen que en estas noches puedes oír el arrastre de sus ropas sedosas sobre la piedra, un sonido que te persigue incluso cuando tapas tus oídos con fuerza. Cada año, alguien ignora las advertencias y se adentra en su dominio, convencido de que será el afortunado que desentierre el botín. Sus familias suelen encontrar solo sus pertenencias amontonadas cuidadosamente, con las monedas de oro que llevaban convertidas en carbón ardiente.

Quizás el verdadero tesoro no es el oro, sino descubrir cuánto tiempo puedes mantener la cordura mientras algo desde las sombras susurra tu nombre con voz de alguien que amaste y perdiste. Al menos eso consuelan a los familiares de los desaparecidos, aunque el consuelo se desvanece cuando ven figuras pálidas observando desde los bosques al anochecer.