Las aguas del Cantábrico esconden una presencia ancestral que acecha en la penumbra de las noches sin luna. Su canto no es una melodía hermosa sino un susurro gutural que se filtra en la mente de los marineros, desgarrando su cordura con promesas de abrazos húmedos y fríos. Quienes escuchan su llamada sienten un vacío en el pecho, como si algo les arrancara el alma lentamente mientras se acercan al borde de la embarcación. Las olas rompen con un sonido que parece risas ahogadas, y la bruma se enrosca alrededor de los cuerpos como dedos esqueléticos invitando al abismo.


La transformación grotesca bajo la luna

Su verdadera forma solo se revela cuando la víctima está lo suficientemente cerca. Lo que desde lejos parecía una mujer de cabellos sedosos se convierte en una criatura con escamas pútridas y ojos completamente negros que reflejan el terror de quienes la miran. Su piel palidece con un tono cadavérico y sus dedos alargados terminan en garras afiladas que rasgan la carne con facilidad. El aroma a sal y descomposición impregna el aire cuando abre la boca, mostrando filas de dientes puntiagudos que no están diseñados para cantar sino para despedazar.

El secuestro de almas en las profundidades

Nadie sobrevive para contar lo que ocurre en las profundidades donde habita. Los pescadores desaparecen sin dejar rastro, aunque a veces el mar devuelve restos irreconocibles cubiertos de una sustancia viscosa y brillante. Los familiares de las víctimas juran escuchar susurros provenientes de la costa durante las tormentas, como si los espíritus de los desaparecidos intentaran advertir a los vivos. Las redes de pesca aparecen vacías o llenas de objetos personales de marineros perdidos, siempre con una extraña marca de mordedura en los bordes.

Quienes logran resistir el canto dicen que es mejor arrancarse los oídos que escuchar esa voz por segunda vez, aunque la mayoría prefiere lanzarse al agua antes que soportar la agonía mental. Una ironía macabra considerando que el ahogamiento sería un final más misericordioso que lo que la sirena reserva para sus cautivos.