Una decisión silenciosa pero letal se gesta en los pasillos del poder. La Asociación Francisco de Vitoria anuncia su negativa a avalar candidatos para el Consejo General del Poder Judicial, sumiendo al sistema judicial en una oscuridad profunda. Sus palabras resuenan como un eco en un pasillo vacío, exigiendo que sean los jueces quienes elijan a los jueces, mientras una niebla de incertidumbre comienza a envolver los tribunales. Cada palabra pronunciada parece abrir una grieta más en los cimientos de la justicia, como si algo antiguo y corrupto despertara bajo la superficie.


El silencio que precede al caos

Los corredores de los palacios de justicia se vacían progresivamente, como si una presencia invisible advirtiera del peligro que se avecina. Las togas cuelgan inmóviles en los armarios, esperando manos que nunca llegarán para vestirlas. Los expedientes judiciales acumulan polvo en estanterías abandonadas, mientras ecos de decisiones pendientes retumban en salas vacías. Cada día sin avales acerca más el momento en que la justicia quedará completamente paralizada, atrapada en su propia burocracia mortal.

La pesadilla institucional se materializa

Lo que comenzó como una demanda de independencia judicial se transforma en una pesadilla colectiva. Los ciudadanos observan con horror cómo el sistema que debería protegerlos se desmorona ante sus ojos. Las sombras se alargan en los juzgados vacíos, donde los casos importantes quedan suspendidos en un limbo eterno. Las voces de los magistrados se debilitan, ahogadas por el silencio administrativo, mientras algo siniestro se mueve entre los documentos legales, reescribiendo las normas a su antojo.

Quizás pronto descubriremos que los verdaderos jueces nunca fueron humanos, sino entidades más antiguas que merodean entre las leyes, esperando su momento para reclamar lo que siempre consideraron suyo.