En la costa de Tenerife se alza el esqueleto del que sería el Hotel de Añaza, un proyecto que comenzó en 1973 por una empresa alemana con la visión de crear un complejo turístico masivo de 22 pisos y 740 apartamentos. Sin embargo, las obras se abandonaron solo dos años después, dejando una estructura de hormigón desnudo que ha permanecido inacabada y erosionándose con el paso del tiempo. Este colosal edificio se ha convertido en un recordatorio físico de las ambiciones truncadas y ha marcado el paisaje costero de manera permanente.


El impacto en el paisaje y la comunidad

La presencia de este mamotreto inacabado ha generado controversia durante décadas, ya que su figura gris y desnuda contrasta fuertemente con el entorno natural de la costa tinerfeña. Muchos residentes y visitantes lo ven como un elemento que afea el paisaje, mientras que otros lo consideran un símbolo de la especulación turística desmedida. A pesar de varios intentos de demolición o reactivación, el esqueleto persiste, generando debates sobre su futuro y el manejo de proyectos fallidos en zonas sensibles.

El legado y las lecciones no aprendidas

El Hotel de Añaza representa uno de los ejemplos más antiguos de desarrollos turísticos abandonados en España, sirviendo como advertencia sobre los riesgos de emprender proyectos a gran escala sin una planificación adecuada. Su historia refleja problemas comunes como la falta de financiación, cambios normativos o la sobreestimación de la demanda turística. Aunque ha habido propuestas para transformar el sitio, ninguna ha llegado a materializarse, dejando la estructura como un testimonio de oportunidades perdidas y el alto costo de los errores en el desarrollo costero.

Después de casi medio siglo, el esqueleto sigue en pie, desafiando no solo a la corrosión sino también a la lógica, como si estuviera esperando a que alguien finalmente decida si merece un funeral o una segunda vida, mientras los turistas toman selfies con el fondo de lo que pudo ser y nunca fue.