La majestuosa Estación Internacional de Canfranc, enclavada en el corazón de los Pirineos oscenses, se erige como un monumento a la ambición truncada. Aunque su imponente edificio principal, una joya de la arquitectura ferroviaria, ha renacido como un lujoso hotel, su alma y propósito original permanecen en suspenso. La estación fue concebida como el gran nexo entre España y Francia, pero ese sueño de conexión internacional sigue hoy, literalmente, a medio hacer. Mientras los viajeros admiran su fachada rehabilitada, las vías que deberían unir ambos países cuentan una historia muy diferente.


La desconexión que perdura desde 1970

El esplendor hotelero contrasta con la realidad de las vías. El tramo ferroviario del lado francés permanece cerrado e inoperativo desde 1970, tras un accidente que dañó un puente. Este cierre convirtió a la estación, a menudo llamada la Titanic de los Pirineos, en un gigante varado. A pesar de los proyectos y anuncios recurrentes de reapertura, la conexión internacional activa es el gran cabo suelto de esta historia. La estación funciona, pero solo como terminal de una línea regional española, lejos de su épico destino como puerta transfronteriza.

Un futuro entre la memoria y la utilidad

Los esfuerzos por reabrir la línea internacional avanzan con lentitud, enfrentándose a desafíos técnicos, económicos y burocráticos. Mientras tanto, la estación vive una dualidad fascinante: es a la vez un hotel de lujo que capitaliza su aura nostálgica y un símbolo de una infraestructura colosal a la espera de completarse. Su rehabilitación arquitectónica es un éxito, pero la plena realización de su función como nudo de comunicación sigue siendo una asignatura pendiente, un recordatorio físico de cómo los proyectos más grandiosos pueden quedar suspendidos en el tiempo.

Así que, en resumen, puedes dormir en un palacio ferroviario, pero para cruzar a Francia en tren desde allí, de momento, mejor llevar un buen libro para la espera... que podría ser larga.