Tiene una duración de 12 minutos y está realizado en stop-motion. Fue dirigido por Bruno Collet y combina técnicas tradicionales con elementos como impresión 3D, efectos visuales y hasta investigación con inteligencia artificial.
Dicen que el turismo sirve para desconectar. Pero hay quien se va a playas paradisíacas, y hay quien se planta en la zona de exclusión de Chernóbil, cámara en mano, con una sonrisa a medio camino entre la emoción y la radiación residual. A este fenómeno se le llama dark tourism, o turismo oscuro, y aunque suena a novela de misterio, en realidad es más bien como ver documentales deprimentes por voluntad propia. A este tipo de lugares fue a parar el corto Tour atómico, dirigido por Bruno Collet, pero con una vuelta de tuerca: lo hizo con marionetas animadas fotograma a fotograma. Porque si vas a hablar de tragedias nucleares, que sea con plastilina.
Chernóbil versión maqueta
El corto, de apenas 12 minutos, transcurre en un Chernóbil en miniatura, donde todo está hecho a mano. Sí, como esas maquetas del colegio, pero con más uranio y menos pegamento en los dedos. El equipo de Collet, que ya había hecho de las suyas con el premiado Mémorable, se enfrentó al desafío de construir un mundo desolado con precisión quirúrgica, pero sin perder el sentido del humor. Porque entre tanta catástrofe, hay espacio para que un muñeco mueva los brazos de forma dramática mientras se oye una música tensa de fondo.
Tecnología, plastilina y otras locuras modernas
No todo fue barro y paciencia. Para Tour atómico, se combinaron técnicas tradicionales con herramientas que parecen sacadas de una peli de ciencia ficción: impresión 3D, efectos visuales, y hasta un poco de inteligencia artificial para las pruebas de concepto. La mezcla es como una ensalada rara, uno pone plastilina, otro un render, y todos cruzan los dedos para que parezca arte y no una tarea de secundaria demasiado ambiciosa.
Inspiracióncon selfies en ruinas
Collet no se inventó el turismo oscuro por sí solo. De hecho, se inspiró en las redes sociales y en el trabajo del artista Shahak Shapira, que tuvo la brillante (y algo perturbadora) idea de superponer selfies alegres sobre escenarios trágicos. Porque nada dice vacaciones inolvidables como una sonrisa frente a un reactor nuclear colapsado. En el corto, esa mezcla de absurdo y morbo está muy presente: se pasea por las ruinas como quien visita un parque temático, pero con cierto remordimiento moral.
¿Y cómo se hace todo eso sin arruinarse?
Como cualquier buena historia independiente, Tour atómico tuvo que sobrevivir al monstruo más temido del cine: el presupuesto limitado. Todo se hizo con mucho ingenio y poco dinero, lo que suele llevar a soluciones creativas como usar el mismo árbol en diez planos distintos o convertir una caja de cartón en un edificio colapsado. El corto también se pensó en vertical, porque, claro, hay que adaptarse a los móviles y a la nueva generación que graba todo desde el ascensor.
Una lista con lo que usaron, por si quieres intentarlo en casa:
Plastilina (mucha)
Impresoras 3D (más de una, que siempre se atascan)
Cámaras de stop motion
Computadoras para compositing
Una buena dosis de paciencia colectiva
Y probablemente, café. Mucho café.
El rodaje: calor, muñecos y peleas con el foco
Según contaron en una charla durante el Festival National du Film Animation, el rodaje fue tan épico como laborioso. Hubo fotos de bastidores, animaciones no definitivas, referencias en video y esa clásica lucha contra el tiempo que tiene cualquier proyecto artístico. También compartieron algunas anécdotas de rodaje que no salieron en el corto, pero que deberían tener su propia serie documental: La odisea de animar sin volverse loco.
Una última escena para el recuerdo
El resultado, aunque aún está en proceso, ha logrado colarse en festivales importantes como el de Annecy 2025. Y eso ya dice mucho para una producción donde el actor principal mide 20 centímetros y no tiene rodillas. Atomik Tour se presenta como una reflexión sobre cómo miramos el horror con distancia, y cómo la tecnología permite construir mundos tan detallados como inquietantes. Pero siempre con marionetas, claro, que así duele un poco menos.
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