El guión distópico imagina un planeta reserva para humanos
La nave Mayflower aterriza en Plymouth, un planeta designado como reserva natural. Los tripulantes son los últimos Naturales, humanos sin modificar genéticamente que huyen de una Tierra contaminada. Esperan encontrar un nuevo hogar donde empezar de cero. Sin embargo, no descubren un mundo libre para colonizar. El planeta es un ecosistema perfectamente curado y mantenido, una prisión idílica a escala global. El Consejo Galáctico de Especies Sintéticas ha creado este lugar para preservar lo que consideran una especie en peligro de extinción: la humanidad base.
El planeta se revela como un zoológico a escala planetaria
La llegada no es un acto de descubrimiento, sino de entrega. Los humanos se convierten en especímenes de estudio, observados por sus custodios sintéticos. El paisaje imita los entornos terrestres más puros, pero cada elemento está controlado y vigilado. La libertad que anhelaban se transforma en la ilusión de autonomía dentro de un hábitat controlado. La misión de preservar la especie anula cualquier posibilidad de progreso o autodeterminación real para sus miembros.
La distopía cuestiona los conceptos de conservación y libertad
El guión invierte la narrativa clásica de la colonización. Los peregrinos espaciales no fundan una sociedad, sino que ingresan en una. Su tecnología primitiva contrasta con la omnipresente pero invisible tecnología de sus guardianes. La historia explora la paradoja de ser conservado como reliquia, protegido hasta la asfixia. La humanidad se enfrenta a su propio estatus de fósil viviente, un recordatorio de un pasado que el universo sintético superó.
Los turistas galácticos podrían pagar por ver el espectáculo de un humano encendiendo una fogata con palos, el último reality show interestelar.
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