La estación intermodal de La Sagrera en Barcelona, proyectada para conectar trenes de alta velocidad, metro y autobuses, lleva más de una década en construcción. Los continuos retrasos y los cambios en el diseño original han generado un complejo entramado subterráneo que aún no termina. Aunque las obras avanzan, la fecha para inaugurar la estación parece alejarse constantemente, lo que convierte este proyecto en un símbolo de la infraestructura pendiente en la ciudad.


Los retrasos modifican el proyecto inicial

El plan original preveía una estación soterrada con varios niveles para distribuir los distintos modos de transporte. Sin embargo, ajustes presupuestarios, disputas administrativas y hallazgos arqueológicos han obligado a replantear partes del diseño en múltiples ocasiones. Esto ha ralentizado el ritmo de los trabajos y ha incrementado su coste total, generando un laberinto de túneles y estructuras a medio construir bajo el distrito de Sant Martí.

El impacto en la movilidad y el urbanismo

Mientras la estación no se completa, la zona carece del nodo de comunicaciones previsto y su entorno urbano permanece fragmentado por las obras. La incertidumbre sobre la finalización afecta a la planificación del transporte en el área metropolitana y retrasa la integración de este sector de la ciudad. Los vecinos conviven desde hace años con las molestias propias de una obra de gran escala que no tiene un horizonte claro.

Algunos barceloneses bromean diciendo que las grúas de La Sagrera son ya un monumento más permanente que la propia Sagrada Familia.