El MQ-9 Reaper se ha consolidado como el vehículo aéreo de combate no tripulado (UCAV) por excelencia de las fuerzas armadas de Estados Unidos y de varios aliados. Diseñado para misiones de media altitud y larga autonomía (MALE), este sistema representa una evolución directa del más veterano MQ-1 Predator, pero con capacidades notablemente superiores en cuanto a potencia, alcance y, sobre todo, carga bélica. Su función principal se centra en la vigilancia persistente y los ataques de precisión, operando durante más de veinte horas seguidas para identificar y, si es necesario, eliminar objetivos con una letalidad quirúrgica.


Diseño y capacidades de observación

Con unas dimensiones considerables de nueve metros de longitud y una envergadura de veinte, el Reaper presenta una silueta inconfundible dominada por su cola en V invertida y su hélice propulsora situada en la parte trasera. Su tren de aterrizaje triciclo es retráctil, optimizando su aerodinámica durante el vuelo. La característica más distintiva en su morro es la gran esfera que alberga el sistema de sensores multiespectral AN/DAS-1 MTS-B, una torreta electro-óptica e infrarroja (EO/IR) que proporciona capacidades de visión diurna y nocturna, seguimiento de objetivos y designación láser con una calidad excepcional.

Armamento y versatilidad operativa

La verdadera diferencia del Reaper respecto a sus predecesores radica en su potencia de fuego. Está equipado con seis puntos duros bajo sus alas, lo que le permite transportar una combinación letal de armamento guiado de precisión. Su carga típica incluye hasta cuatro misiles AGM-114 Hellfire, ideales para atacar vehículos o estructuras, y puede complementarse con bombas guiadas por láser como la GBU-12 Paveway II o bombas de precisión GPS como la GBU-38 JDAM para objetivos más grandes o fortificados. Esta flexibilidad le permite adaptarse rápidamente a las necesidades cambiantes del campo de batalla, sirviendo como un plataforma de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR) que puede convertirse en un atacante en cuestión de segundos.

Su operación remota, desde estaciones en tierra a miles de kilómetros de distancia, redefine los conceptos de combate y presenta complejos dilemas éticos y legales, aunque para sus operadores, a menudo, se reduce a apretar un botón tras una larga y meticulosa vigilancia.