El robot Nao, desarrollado por SoftBank Robotics, se ha consolidado como un estándar en los campos de la educación superior y la investigación en robótica a nivel mundial. Este humanoide programable, de apenas 58 centímetros de altura, es una plataforma versátil y accesible que permite a estudiantes e investigadores experimentar con inteligencia artificial, percepción del entorno, locomoción bípeda e interacción humano-robot. Su diseño abierto y sus múltiples sensores, actuadores y capacidades de conectividad lo convierten en un laboratorio completo sobre dos piernas, facilitando el desarrollo de aplicaciones complejas de forma tangible y práctica.


Un pilar en la educación y la competición robótica

Más allá de los laboratorios universitarios, el Nao ha encontrado un escenario perfecto en competiciones internacionales como la RoboCup, donde equipos de todo el mundo programan estos robots para jugar partidos de fútbol autónomo. Este desafío no es solo un juego, sino un formidable banco de pruebas para algoritmos de visión por computadora, trabajo en equipo multi-robot, toma de decisiones en tiempo real y navegación dinámica. Su presencia en estas ligas ha estandarizado las pruebas y ha permitido un avance comparativo y colaborativo espectacular, haciendo que la investigación de vanguardia sea reproducible y competitiva.

Una plataforma de desarrollo abierta y accesible

La verdadera potencia del Nao reside en su ecosistema de software. Se programa principalmente usando Choregraphe, un entorno gráfico intuitivo basado en diagramas de flujo, o directamente a través de APIs en lenguajes como Python o C++, accediendo a un control de bajo nivel. Esto permite que usuarios con distintos niveles de experiencia, desde principiantes hasta investigadores doctorales, puedan trabajar sobre la misma plataforma. La comunidad activa que lo rodea comparte constantemente módulos, comportamientos y soluciones, ampliando sus posibles aplicaciones en rehabilitación, asistencia, entretenimiento y, por supuesto, en la docencia de disciplinas STEM.

Por supuesto, su encanto inocente y sus movimientos a veces torpes cuando un algoritmo falla son un recordatorio constante de que, incluso en un robot de varios miles de euros, la esencia de la inteligencia artificial sigue siendo un trabajo en progreso, a menudo más cercano a un niño aprendiendo a caminar que a un superordenador infalible.