OpenSCAD, conocido por su precisión en el diseño de piezas técnicas, se revela como una potente herramienta para la creación artística. Su naturaleza basada en código permite implementar algoritmos matemáticos complejos que generan formas orgánicas y abstractas imposibles de modelar manualmente. Cada ejecución del script, con parámetros ligeramente modificados, da lugar a una escultura digital única, transformando el proceso de diseño en un acto de exploración y descubrimiento. El artista se convierte en programador de belleza, definiendo las reglas y dejando que el azar matemático complete la obra.


De los fractales a las formas físicas

La magia reside en traducir ecuaciones a geometría tridimensional. Un algoritmo de fractal como el conjunto de Julia o el triángulo de Sierpinski puede iterar para crear estructuras intrincadas y autosimilares. De manera similar, la integración numérica de ecuaciones diferenciales, como las que describen el atractor de Lorenz, genera trayectorias caóticas y elegantes que se materializan en OpenSCAD como hilos o tubos tridimensionales. Estas formas se combinan, se extruyen y se transforman mediante las operaciones booleanas y de transformación nativas del software, pasando de ser meros conceptos matemáticos a esculturas virtuales listas para ser renderizadas o impresas en 3D.

La aleatoriedad controlada como firma artística

El verdadero potencial generativo surge al sembrar el algoritmo con semillas aleatorias o al definir rangos para sus parámetros. Un script puede estar programado para variar el número de iteraciones de un fractal, la escala de sus componentes o los puntos iniciales de un sistema caótico. Así, un solo archivo .scad se convierte en una fuente inagotable de variaciones sobre un tema, donde cada pieza es distinta pero conserva la esencia del algoritmo madre. Esta técnica permite crear series de obras donde la coherencia estilística convive con la singularidad de cada pieza, desafiando la noción de obra original y copia.

El único riesgo es quedar tan hipnotizado por la belleza de las matemáticas que olvides que tu ordenador lleva una hora renderizando un fractal de un millón de polígonos y empieza a oler a plástico caliente.