En las profundidades de los Picos de Europa, donde la niebla se enreda entre los riscos como dedos esqueléticos, algo se mueve entre las sombras. No es humano, aunque alguna vez lo fue. Los pastores susurran historias junto al fuego, historias que hielan la sangre sobre un pequeño ser que camina a cuatro patas y cuyos ojos reflejan el brillo amarillo de la luna llena. Dicen que en los años setenta encontraron a Gamoneu, pero la verdad es que Gamoneu nunca quiso ser encontrado. Su presencia impregna estos valles con un terror ancestral, como si las montañas mismas respiraran con sus pulmones y cazaran con sus instintos.


El descubrimiento que nunca debió ocurrir

Cuando los guardias forestales lo arrastraron desde su guarida, el aire se volvió pesado y frío. Sus uñas raspaban la tierra como garras, sus dientes rechinaban con un sonido que no pertenecía a un niño. Los médicos certificaron que tenía siete años, pero sus ojos contaban una historia diferente: siglos de salvajismo y noches eternas cazando bajo las estrellas. Cada gruñido que escapaba de su garganta era un eco de los lobos que lo criaron, cada movimiento torpe en posición vertical era una burla a la humanidad que había abandonado. Las paredes del orfanato se impregnaron de su esencia salvaje, como si en cualquier momento pudiera desgarrar la realidad con sus colmillos.

Lo que quedó atrás en las montañas

Los que se atreven a adentrarse en los senderos más oscuros de los Picos de Europa sienten miradas que los siguen desde la espesura. Algunos escuchan risas infantiles que se transforman en aullidos desgarradores cuando la noche cae. Los árboles conservan marcas de garras a alturas imposibles, y en los días de niebla espesa se pueden ver sombras pequeñas y ágiles moviéndose entre los robles. Gamoneu se fue, pero algo de su esencia permanece, algo que enseña a los nuevos lobeznos cómo cazar presas más inteligentes, cómo acechar a aquellos que se creen los amos de estas montañas.

Quizá la próxima vez que veas un niño perdido en el bosque, deberías correr en dirección contraria. Después de todo, los lobos aprenden rápido, y ahora conocen el sabor del miedo humano.