La campana maldita de La Mora en la catedral de Murcia
La campana de La Mora cuelga inmóvil en la torre de la catedral, pero su silencio es más aterrador que cualquier repique. Quienes se atreven a estudiar sus inscripciones protectoras sienten cómo la oscuridad se arrastra por su espina dorsal, como si algo antiguo y hambriento observara desde las sombras. Los símbolos grabados en su superficie no fueron hechos para invocar protección, sino para contener algo que nunca debió ser despertado, y cada noche esos grabados parecen sangrar una oscuridad palpable que empaña el aire.
Las inscripciones que susurran en la oscuridad
Los visitantes que se acercan a la campana juran escuchar susurros que emergen de los surcos de las letras, voces que no pertenecen a este mundo y que prometen cosas que nadie debería desear. Las inscripciones parecen moverse cuando la luz de la luna las toca, reorganizándose en patrones que hipnotizan y aterrorizan simultáneamente. Algunos creen que estas palabras no fueron escritas por manos humanas, sino grabadas por algo que habita en los espacios entre el bronce y el tiempo, algo que espera pacientemente su liberación.
El esqueleto burlón y su danza macabra
La leyenda del esqueleto burlón no es un simple cuento para asustar a los crédulos, sino una advertencia terrible de lo que acecha en la torre. Quienes han visto su silueta entre las sombras describen una figura que se mueve con una gracia antinatural, como si los huesos bailaran al ritmo de una música que solo los condenados pueden escuchar. Su risa no es un sonido, sino una vibración que congela la sangre y desgarra la cordura, recordando a los vivos que la muerte no es el final, sino el comienzo de algo infinitamente más horrible.
Y pensar que los turistas todavía se toman selfies sonrientes frente a esta reliquia maldita, como si el peligro fuera solo una anécdota para contar en las cenas. Qué ingenua es la humanidad, jugando con fuerzas que no comprende mientras la verdadera oscuridad sonríe desde las sombras, esperando su momento para demostrar que los cuentos de terror son, en realidad, manuales de supervivencia.
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