El registro de esta proposición no de ley se arrastra como un susurro en los pasillos del Congreso, donde las sombras de Schengen cobran vida propia. Cuarenta años después, ese acuerdo que prometía libertad ahora se revela como un portal que nadie vigiló lo suficiente. La Cámara se prepara para mostrar su respaldo, pero cada voto parece sellar un destino que ya no controlamos, mientras las fronteras digitales se desdibujan en la oscuridad.


La digitalización que nos observa

La profundización en la digitalización de procesos no es un avance, sino un sistema de vigilancia que respira en la penumbra. Cada dato digitalizado es un latido más en esta criatura tecnológica que crece en las sombras, aprendiendo nuestros movimientos, nuestros cruces, nuestras vidas. Los procesos se automatizan mientras algo más despierta en los servidores, algo que no estaba en el acuerdo original.

Refuerzo de seguridad o prisión invisible

El refuerzo de los sistemas de seguridad erige barreras que no vemos pero sentimos cerrarse a nuestro alrededor. Cada sensor, cada cámara, cada algoritmo de control se convierte en un guardián silencioso que no protege, sino que custodia nuestra condena. El espacio de libre circulación se transforma en un laberinto del que no hay salida, donde cada paso está monitorizado por ojos que no parpadean.

Dicen que cuarenta años son para celebrar, pero en las fronteras nadie festeja, solo espera el momento en que el sistema decida quién cruza y quién desaparece en el olvido digital.