Un motor de combustión no iguala la eficiencia de uno eléctrico
La eficiencia energética mide cuánta energía útil se obtiene de la que se consume. Un motor de combustión interna transforma la energía química del combustible en movimiento. Este proceso genera mucho calor que se disipa y no se usa para mover el vehículo, lo que limita su eficiencia. En cambio, un motor eléctrico convierte la energía almacenada en la batería en movimiento de forma más directa. Pierde menos energía en forma de calor, por lo que aprovecha mejor la energía disponible.
La termodinámica impone un límite fundamental
Las leyes de la termodinámica gobiernan el proceso. Un motor de combustión opera quemando combustible a alta temperatura y expulsando gases a menor temperatura. Esta diferencia de temperaturas define un límite teórico máximo de eficiencia, el ciclo de Carnot. Incluso en condiciones ideales, una parte importante de la energía se pierde inevitablemente. Los motores eléctricos no están sujetos a este límite termodinámico de la misma forma, ya que su principio de funcionamiento es electromagnético y no depende de un ciclo de calor.
Las pérdidas en cada etapa reducen el rendimiento final
En un vehículo de combustión, la energía se pierde en múltiples puntos. El motor pierde calor por el radiador y los gases de escape. La transmisión mecánica y los rozamientos internos consumen más energía. Al final, solo una fracción pequeña de la energía original del combustible llega a las ruedas. Un vehículo eléctrico tiene un camino energético más simple. La energía de la batería va al motor y luego a las ruedas, con menos componentes mecánicos que generen pérdidas. La frenada regenerativa permite recuperar parte de la energía que normalmente se perdería como calor en los frenos.
Es como comparar un sistema de tuberías lleno de fugas con una línea directa y bien sellada; por mucho que repares las fugas, la línea directa siempre entregará más agua.