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El Festín de los Nutrientes Básicos describe un banquete distópico
La escena se desarrolla en un comedor comunal extenso y gris. La arquitectura es fría y utilitaria, sin adornos. Filas de ciudadanos vestidos con uniformes desteñidos esperan en silencio frente a dispensadores metálicos empotrados en la pared. De estos dispositivos se extruye una pasta nutritiva de color beige uniforme, que cae directamente en los cuencos de metal de cada persona. Este es el alimento diario, insípido y funcional, que mantiene a la población con vida pero no la nutre de verdad.
El evento que llaman festín ocurre sin previo aviso
De repente, un murmullo recorre la sala. En uno de los dispensadores, la pasta que fluye cambia a un tono ligeramente verdoso o adquiere un brillo amarillo tenue. Este cambio mínimo, quizás un ajuste en la fórmula que añade un oligoelemento extra, constituye el gran acontecimiento. Los comensales cercanos observan con una mezcla de asombro y envidia. Quien recibe esa ración especial percibe por un instante una chispa de emoción en su rostro pálido, una efímera ruptura de la monotonía absoluta.
La celebración patética revela la deshumanización
Los demás observan el cuenco con la pasta de color diferente como si fuera un manjar exquisito. Algunos susurran, otros intentan intercambiar sus raciones grises por un bocado del lote especial. La escena pretende mostrar cómo un sistema que reduce la vida a su mera subsistencia biológica convierte una variación nutricional insignificante en un motivo de júbilo colectivo. La chispa en sus ojos se apaga tan rápido como apareció, cuando el dispensador vuelve a producir la pasta beige habitual y la rutina se impone de nuevo.
En este mundo, celebrar un cambio de color en la papilla es el equivalente a ganar la lotería. La publicidad del sistema probablemente anuncia estos eventos como días de fortificación espontánea y un gran logro de la ingeniería alimentaria.