El Palmar de Troya construye una iglesia propia tras supuestas apariciones
En 1968, cuatro niñas afirman que la Virgen María se les aparece en un olivar de El Palmar de Troya, Sevilla. Los supuestos mensajes pronto atraen a peregrinos y la atención de Clemente Domínguez, un vidente autoproclamado. Él organiza los eventos y, pese a que la Iglesia Católica investiga y declara que no hay fenómenos sobrenaturales, el lugar gana notoriedad. Los mensajes iniciales de fe y penitencia derivan en revelaciones más complejas que Domínguez y su círculo interpretan. Este grupo comienza a distanciarse de la autoridad católica, sentando las bases para una ruptura.
La secta palmariana elige a su propio Papa y establece reglas
Tras una supuesta orden divina recibida por Domínguez, el grupo se separa formalmente de Roma en 1978. Ese mismo año, Domínguez se proclama Papa con el nombre de Gregorio XVII, fundando la Iglesia Cristiana Palmariana de los Carmelitas de la Santa Faz. Establece una doctrina estricta, prohíbe a sus fieles ver televisión, escuchar radio o relacionarse con quienes no pertenecen a la secta. Construyen una gran basílica en el lugar de las apariciones, financiada con las donaciones de los adeptos. El control sobre la vida de los seguidores es absoluto, y se promueve la idea de que son los únicos verdaderos cristianos.
Los milagros fraudulentos y el control generan controversia
La historia de la secta se vincula con numerosas acusaciones. Se habla de milagros falsos, como estigmas simulados o mensajes divinos que justifican las decisiones de sus líderes. Surgen denuncias sobre manipulación psicológica, escándalos financieros por el manejo de donaciones y un hermetismo total. Tras la muerte de Domínguez en 2005, le sucede un nuevo Papa palmariano. La organización mantiene su sede en El Palmar de Troya, rodeada de secretismo y vallas, lo que alimenta las leyendas locales sobre lo que realmente ocurre tras sus muros. Es un caso que muestra cómo se puede manipular la fe.
Dicen que el cielo en El Palmar de Troya tiene línea directa, pero la factura de la llamada la pagan los feligreses.
